Mau Mau: volvió una noche
El pianista del bar Queen Bess lo pone en clima con su versión libre de Un día de paseo en Santa Fe. José Lata Liste termina la gaseosa, enciende otro mentolado y por la ventana contempla justamente esa avenida en versión 2002, aunque sueña con la de 1964.
“Estamos en el barrio”, arranca quien fue dueño de Mau Mau, la boîte que marcó no una, sino varias épocas en la noche porteña. El Queen Bess queda en Santa Fe, entre Suipacha y Esmeralda; la boîte, demolida en 1998, estaba casi a la misma altura, en Arroyo 866, pleno codo elegante de Buenos Aires.
Se inauguró el 28 de abril de 1964. En 1994 cerró y La Nación tituló: "Una parte de la noche se fue con Mau Mau". Ocho años después, Lata Liste mantiene esa idea y hace algo al respecto: una fiesta, La música de Mau Mau, mañana, en el Alvear, para recaudar fondos destinados a la parroquia Santa Teresita del Niño Jesús (de Florida) y para regocijo de nostálgicos bailarines.
Que no parecen pocos: “Diez días antes ya no quedaba lugar y ahora hay una larga lista de espera”, informa José, creador de Mau con su hermano gemelo, Alberto, fallecido en 1977. Entonces y desde 1970, José estaba en Europa, al frente de las hermanas de Mau Mau en Madrid y Marbella, derivaciones del éxito y de la situación argentina, que lo instó a buscar otro horizonte.
El problema era entrar
Abría de lunes a sábados, normalmente con entrada sin cargo. No se admitían ni a solos ni a solas, salvo los muy conocidos. Para los clientes, que llegaban alrededor de las 23.30 y se retiraban al cierre, a las 4.30, funcionaba como punto de encuentro después del restaurante o el teatro, donde tomar whisky o algún cóctel (el champagne se impondría en los años 80). Como reducto elegido por cierta elite, las consumiciones no eran caras, según Lata Liste, que, no sin dosis de crueldad, sentencia: “El problema era entrar”.
Franquear al mítico portero Julio Fraga (Fraguita, para los de la casa) era sólo para los más aptos; e incluso éstos debían ir bien vestidos. Si no, podían dejarlos fuera, como a Guillermo Vilas cuando llegó en zapatillas, o al cantante francés Johnny Hallyday, que debió volver al hotel para cambiarse.
Pero si esto era un problema para los que ansiaban pertenecer, para los dueños significó un factor fundamental en la fórmula del éxito. Además del seguimiento personal de todo, desde quién ingresaba hasta la música que sonaba (“viajábamos a comprarla en Nueva York, París y Roma”), pasando, claro, por la facturación. “Tenían cuenta corriente los pagadores, los menos pagadores y algunos que había que correr para que pagaran. No todos tomaban alcohol, eh; Federico Manuel Peralta Ramos, por ejemplo, pedía té; y Paco Blaquier, jugo de naranja –recuerda Lata Liste –. No tardamos en darnos cuenta de que teníamos un buen negocio.”
Apenas constataron ese potencial, recibieron un devastador golpe: a cinco meses de inaugurar, un incendio destruyó todo. “Eramos jóvenes y debíamos mucho. Pero mi padre, que hubiera preferido que yo estudiara Ingeniería, nos ayudó. Lo reconstruimos en 58 días. En un año y medio pagamos los dos Mau Mau”, resume.
Por su actividad como productores de espectáculos, los hermanos conseguían mezclar apellidos tradicionales con los de la farándula nacional e internacional en una misma pista de baile. Así, Rudolf Nureyev sorprendió una noche con sus pasos de tango y Margaux Hemingway compartió mesa con Graciela Borges y Arturo Bullrich. Tampoco faltaron personajes de la política: “Pasaban todos”, dice Lata Liste, consciente de lo amplio de la palabra todos en cuanto a política de los 60 y 70.
Ya en los 80, Alberto no estaba y José se concentraba en el capítulo español. En 1992, trabajó para el pabellón argentino en la Expo Sevilla, lo que, según él mismo, le costó caro. “Ahí había mucha gente nefasta –cuenta–. Publicaron en una revista española que yo era el zar del narcotráfico de Europa. Jamás recibí ni siquiera una citación de un juez, pero renuncié a la Expo y, mágicamente, ya no se habló más de mí.”
Finalmente, en 1994, dio por concluidos sus negocios con la noche. “Mi hijo se despertaba cuando yo me iba a dormir y sentí que ya había hecho suficiente para divertir a los demás.”
Moralidad
En 1968, durante la dictadura del general Juan Carlos Onganía, cierta marca de cigarrillos lanzó en Mau Mau una campaña publicitaria con el slogan Sea infiel. El diario La Razón dio cuenta de la fiesta con una foto en la que se veía una pareja besándose en la boîte. “Nos clausuraron por atentar contra la moral y las buenas costumbres –confiesa José Lata Liste–. El coronel que vino a cerrarnos dijo antes: Voy a leer algo con lo que no estoy de acuerdo, y el secretario esperó a que se fueran todos para entrar a conocer el lugar. Abrimos en 48 horas. Lo fui a ver al intendente de entonces, el general Iricíbar, que se lamentaba: Usted no sabe los problemas que me trajo esto, ¡mis hijos son fanáticos de ese lugar!”
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