Ultima página. "Me llegó la hora de la danza"
A boca de jarro: Estela Pereda
La madre, Estela Lacau, la llevaba a conocer talleres y artistas. Pero, además de un gusto evidente por las artes plásticas, ella escondía otra vocación. Un sueño secreto y transgresor: ser bailarina. "Finalmente, comencé a concurrir al taller de la española Araceli Vázquez Málaga, donde aprendí los rudimentos del arte. Se suponía que la pintura era algo más tolerable que la danza para una chica; pero claro, tomada como un pasatiempo, no como para dedicarle la vida, no como profesión. Sin embargo, hace 45 años que soy artista plástica", comenta Estela Pereda, que acaba de inaugurar la instalación Memoria desde adentro, un repaso visual sobre su vida que ocupa casi la totalidad del Museo Sívori, frente al lago de Palermo.
"Las mujeres sufríamos una violencia sutil, disimulada en el cuidado, la preocupación por un lindo vestido. Esto en la instalación se repite a la manera de un estribillo inquietante. Y eso que mi madre era escritora y una mujer de mente abierta", apunta Pereda.
-¿Un estribillo inquietante?
-Sí. Entrando a la izquierda, de dos sogas cuelgan vestiditos blancos. Los visitantes se suelen entusiasmar con el juego de sombras que proyectan sobre la pared. Pero si se acercan y miran con atención, descubren en uno de ellos una leve mancha de sangre, un símbolo de la violencia sutil. Hay otros: por ejemplo, una imagen de la capilla del Espíritu Santo, de San Antonio de Areco, que representa una Virgen Niña con los brazos atados. O una serie de muñecas bebe, con los brazos que cuelgan alejados del cuerpo. Hay una leyenda, De haber tenido brazos la mujer..., que es una invitación a la reflexión.
-¿Qué más hay en la instalación?
-La huella de un Nautilius, un gran caracol rupestre de la región patagónica, algo típicamente nuestro. Es como un indicador de donde ocurre todo lo que el recién llegado verá después, por eso se llama Aquí mi lugar. Es que una parte importante de mi vida la pasé en el campo, en Lincoln, San Antonio de Areco y, ya casada, en la Patagonia. También, un teodolito de 1925 que mi padre, ingeniero agrónomo, utilizaba para hacer mediciones. La imagen colonial de un San Isidro Labrador, de la colección de mi madre. Pinturas, dibujos, incluso un video. ¡Tantas cosas! Y los tapices que hicimos con mi abuela.
-¿Una abuela artista?
-Ana Galiardi, empresaria y artesana fabulosa. Había nacido en Milán y creó un taller de artesanías para que las ganancias mantuvieran un comedor infantil. Tenían buenos clientes, casi toda la producción se vendía a la casa Harrods. Entre muchas cosas, hacían los capuchones de chala que coronaban las botellas del mítico rhum Negrita. Pero volvamos a los tapices: yo hacía los dibujos, los cartones, y Ana tejía los tapices. Cuando se lo propuse, tenía 70 años, y siguió tejiéndolos hasta los noventa y tantos. Pero los tapices encierran otra curiosidad.
-¿Cuál?
-Las andanzas de Evaristo, parte de la literatura fantástica...
-¿Por qué?
-Evaristo era un paisano de un campo vecino. Yo era chica y me parecía rarísimo que alguien se llamara Evaristo. Los tapices lo muestran en distintos momentos de la vida: el día del casorio; rodeado de hijos; en momentos difíciles, sentado a la mesa con un mate; sumido en la pobreza y, por último, recuperado y próspero estanciero.
-¿Eso era cierto?
-No, lo había inventado. Por eso, era parte de la literatura fantástica.
-¿Y Evaristo estaba enterado?
-¡Nunca lo supo! Los tapices fueron exitosos y ganaron premios internacionales. En la instalación aparecen también trabajos que hice con mi madre, que en 1961 ganó el Premio Emecé por su obra Rastrojo. Escribía cuentos infantiles que también podían disfrutar los grandes. Hay varios ilustrados con xilografías mías. Eramos cuatro mujeres artistas en mi familia: Ana, mi abuela; Estela, mi madre; Teresa, mi hija, también artista plástica, y yo.
-¿Hablaba de un video?
-Sí, es una forma de expresión que descubrí mientras preparaba la instalación. Le pedí a uno de mis hijos que me filmara mientras escribía a la orilla del mar frases del Evangelio: Tuve hambre y me diste de comer, tuve sed y me diste de beber. Pero el agua, en su ir y venir borraba todo lo escrito y, entonces, empezaba de nuevo: Tuve hambre..., etcétera. El efecto era visualmente muy lindo. Me gustó, lo incorporé y comencé a estudiar las posibilidades expresivas del video.
-¿Algo que no quiera contar?
-Tiene que ver con mi sueño transgresor de la infancia: ser bailarina. Hace dos años, con mucha vergüenza y sin que nadie se enterara, me inscribí en un curso de danza contemporánea. A fin de año, hicimos un espectáculo con todo lo que aprendimos. El primer año no invité a nadie, pero la segunda vez mi marido se enteró y me vino a ver...
-¿Qué le pareció?
-¡Le encantó!
-¿Cuánto hace que están casados?
-¡Cincuenta años!
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