La cantante volvió al país en el marco de su Bangerz Tour; lisergia, twerking y bananas gigantes
Estaban todos más que advertidos. Después de un año y medio de bombardeo mediático sobre el asesinato simbólico de Hannah Montana, finalmente llegó a Buenos Aires su manifestación en vivo: el delirante y multicolor show de la Miley Cyrus 2.0, el Bangerz Tour.
Está compuesto de casi todos los temas de su último disco, Bangerz, con solo dos canciones de su discografía previa y un par de covers. Es un evento dedicado a celebrar su infame transformación hacia el pop urbano y divertirse con las consecuencias. Como si se apropiara de cada titular negativo sobre ella, Miley convirtió el revuelo que generó este último tiempo en el cotillón de su fiesta: simula sexo oral con una banana inflable gigante, abraza un cartón verde con forma de chala, hace twerking con un culo de gomaespuma y se pone un antifaz con nariz de pene de goma, sólo porque se lo pasaron sus fans.
El tono es totalmente autoparódico y el imaginario es llevado a la lisergia. Las animaciones que aparecen en pantalla son un viaje en ácido por tumblr. Desde las que están a cargo del creador de Ren & Stimpy John Kricfalusi a las más sexuales, como el interludio en blanco y negro Tong Tied, dirigido por la fotógrafa Quentin Jones, una muestra de sadomasoquismo light perfectamente comparable a las de Madonna.
Hay que decirlo porque es evidente para cualquier fan con acceso a Internet y algo de curiosidad para los spoilers: faltaron la mayoría de las piezas escénicas del tramo primermundista de la gira. Se notó desde el inicio cuando, en vez de bajar por la lengua tobogán gigante del diseño original del tour, apareció desde adentro de una simple jaula de serpentinas plateadas.
Sin embargo, sería injusto afirmar que el show sufrió por este ajuste basado en costos de producción. La columna vertebral sigue siendo Miley y su talento enorme y todavía discutido. Su imponente pero relajada presencia la distingue, además de su singular voz que se escucha sin pistas de apoyo (a diferencia de casi la totalidad de las popstars globales). En su forma de decir convergen sus raíces country y sus nuevos modos raperos. Tiene un prepotente y rasposo registro medio, que escupe con desfachatez en los temas bailables como "Love Money Party" y maneja con maestría al momento de las baladas como el cover del tema de finales de los 50 "I’ll Take Care Of You", que cantó después de su versión de "Lucy In The Sky With Diamonds" de los Beatles, armada en colaboración con los Flaming Lips.
En otros momentos se condujo con descuido y se fue de tiempo distraída, juntando regalos de los fans y metiéndolos en sus superbolsos de alta costura, pero la prolijidad no parece ser el objetivo de esta casi veterana de 21 años. Liberada de las exigencias del mundo Disney, inspira un desprejuicio que de alguna manera comparte con sus fans. Cuando cantó "Adore You" abrazada a su amiga y profesora de twerking, Amazon Ashley (una de las mujeres más altas del mundo y bailarina principal del show) en las pantallas se mostraba la kisscam, que invitaba a los fans a besarse entre ellos para aparecer. Algunas de ese montón de chicas que rondan los 17, se prendió a la propuesta dándose piquitos que eran proyectados a todo el estadio.
Hacia el final, y mientras se intensificaba la llovizna sobre GEBA, Miley cerró con tres de los hits más grandes de su carrera: "We Can’t Stop" (todo un nuevo himno generacional adolescente), la inescapable "Wrecking Ball" y, curiosamente, "Party in The USA", una canción de 2009, cuando era la castaña pelilarga country que todavía trabajaba medio turno como Hannah Montana. Lo hizo con una dentadura postiza chueca, rodeada de bailarines disfrazados y simulando fumar un porro gigante inflable, por si alguno todavía no se dio cuenta que lo suyo va con un guiño y una sonrisa.
Por Gabriel Orqueda