Música popular. Alan Shorter, el hermano desconocido de Wayne
"Fuck Miles Davis!", fue la respuesta grosera pero justificada de Tony Williams cuando alguien insistió en interrogarlo una vez más sobre el insoportable genio que lo había descubierto y convertido en el baterista más admirado del mundo a los diecisiete años, pero con quien sólo permaneció un lustro, para luego fundar el grupo Lifetime, enrolarse en el jazz-rock y proseguir una carrera muy variada.
Se había repetido la frecuente desconsideración de no mostrar curiosidad por el artista o su obra actual reduciéndolo al papel de informante privilegiado sobre algún personaje notable con quien estuvo circunstancialmente vinculado, una irrespetuosidad idéntica a la que significaba hacer hablar a Bioy Casares de Borges, a Andy Warhol de Basquiat o a Luchino Visconti de Jean Renoir sin interesarse en ellos mismos.
En estas horas, Wayne Shorter está llegando una vez más a Buenos Aires y ya se deben de estar preparando los desubicados de siempre para arrancarle historias de alguno de los míticos músicos que ha conocido en lo que ya es medio siglo como eminencia del jazz. Nuevamente Miles Davis será el tema predilecto, pero no habrán de faltar Art Blakey, Lee Morgan, Elvin Jones ni tampoco el pobre Tony Williams, que había venido con él en 1992 y murió todavía joven.
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Con semejante panteón para recorrer, nadie se va a demorar en Alan Shorter, el hermano mayor de Wayne -uno o dos años, hay discrepancias en eso-, que pasó por el free jazz como una de las tantas sombras inspiradoras pero inconstantes que revitalizaron el estilo en la segunda mitad de la década del sesenta del siglo pasado, también saxofonista en los comienzos, pero, sólo porque alguien no le devolvió el instrumento prestado, se cambió al fluegelhorn, una variedad de trompeta.
Igual que sucede con esos parientes impresentables que se trata de mantener ocultos mientras sea posible, Wayne reconoció tarde la existencia musical de su hermano: en 1965, encargándole un tema y agregándolo al grupo en el excelente álbum "El ojo que todo lo ve", cuando ya era una estrella del quinteto de Davis y Alan apenas había figurado junto a Archie Shepp en "Four for Trane".
Ese tenebroso cierre de una suite luminosa, encima titulado "Mephistopheles", fue lo único que hicieron juntos, y resulta sugestivo como clave para entender la relación familiar que, dentro de lo que sigue siendo su disco más ambicioso -"una reflexión sobre la vida, el universo y Dios"-, Wayne Shorter recurriera a su hermano para componer la conclusión demoníaca que él no encontró la manera de concretar.
El breve encuentro no lo hizo avanzar profesionalmente, pero ayudó para que, al contrario de la mayoría de los vanguardistas de segunda generación, condenados al anonimato de las grabadoras caseras, en 1968 Alan Shorter consiguiera registrar su primer y único álbum norteamericano para el importante sello Verve.
Lástima que se encaprichó en llamarlo "Orgasmo" y no hubo quien se atreviera a escribir ese título, mucho menos publicitarlo o venderlo, de modo que esa notable música en la línea de Ornette Coleman desapareció rápidamente sin que nadie volviera a escucharla durante treinta años, cuando la presencia de solistas ahora muy famosos -Charlie Haden y Gato Barbieri- justificó la reedición en compacto que ratificó el singular talento del otro Shorter cuando ya llevaba once años muerto y muchos más retirado del jazz.
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Había vivido en París mucho tiempo -allí grabó su otro álbum, "Tes Esat", más extremo, caótico e inaccesible, pero tan interesante como "Orgasmo"-, retornó a su país, se dedicó sin éxito a la enseñanza y después lo único que se sabe es que murió de un infarto en Los Angeles en 1987, cuando estaba por casarse con una parienta de Herbie Hancock. Es lo que cuenta Wayne, que si tuvo el gesto de satisfacer su último deseo viajando a Japón para depositar las cenizas en el templo budista del monte Fujiyama, es más probable que se sienta inclinado a hablar de él y no de las grandes leyendas con las que trabajó.
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