Allegro
El final de la ópera "Olimpye", de Gaspare Spontini, reveló sus poderes curativos
- Corría el año 1828 y el hombre, un saludable comerciante parisiense, amante empedernido de la ópera italiana, no podía soportar ni la situación ni el diagnóstico. La sordera, que se había ido instalando lentamente, ya era casi total. Cada vez que pensaba que no podría volver a disfrutar de aquellas arias de Salieri, Piasiello o Cimarosa, con las cuales había crecido, o las más modernas de Cherubini, Spontini o Rossini, se veía sobrepasado por la angustia. Acudió a varios especialistas y ninguno de ellos pudo darle alguna esperanza. De a poco, el pensamiento y la certeza de que nunca más podría gozar de la música lo habían vuelto un taciturno irremediable. Un amigo se enteró de que había llegado a la ciudad un médico alemán que, decían, tenía un nuevo método para tratar la sordera. El especialista lo recibió y, sabiendo de las aficiones del comerciante, le dijo, animadamente, que esa noche irían a la ópera. "¿Para qué?, no podré escuchar ni un solo sonido", dijo el hombre. La respuesta fue seca: "No importa, al menos podrá ver de qué se trata".
Esa noche se representaba "Oliympie", de Gaspare Spontini, un italiano radicado en París desde hacía más de veinte años y cuyas óperas, con cierta tendencia a lo aparatoso, bien a la moda de la naciente y pomposa grand opéra francesa, habrían de impresionar favorablemente a Berlioz y Wagner. El médico y el sordo, que, además, estaba fastidiado porque no iba a presenciar una ópera italiana, se ubicaron cerca de la orquesta. El final sobrevino con un fortissimo más enérgico que los habituales. El paciente se volvió hacia el médico y, emocionado, le dijo "¡Doctor, he podido oír!" Como no hubo contestación, el hombre repitió: "Doctor, usted me ha curado, puedo oír". La exclamación no tuvo más respuesta que una mirada perdida y cierta expresión preocupada en la cara del médico. Completamente aturdido, ahora era él quien no podía escuchar nada.