Allegro
Las armonía que Liszt veía ausente en la obra de un joven compositor alemán
Desde Irlanda hasta Turquía, desde Portugal hasta Rusia, Liszt llevaba una vida agotadora de incansable concertista trotamundos. Pero no sólo eso. También escribía obras para piano, canciones y piezas corales, y realizaba transcripciones que le permitían tocar en su instrumento grandes y célebres obras sinfónicas u operísticas. Esta carrera de hiperactividad extraordinaria concluyó en 1848, cuando decidió tomar su cargo de director musical del ducado de Weimar, para el cual había sido nombrado en 1841, como una actividad de tiempo completo. Tomada la determinación, Liszt cerró definitivamente sus años de peregrinación y se dedicó de lleno a la dirección orquestal, a la composición y a promover la difusión de las obras más notables de sus contemporáneos. Durante el tiempo que residió en Weimar, "una montaña magnética, digna de un cuento de hadas", según sus propias palabras, la ciudad se transformó en el centro indiscutido de la vanguardia musical alemana, la llamada Nueva Escuela Alemana. Hasta 1861, el ducado fue la meca hacia la cual peregrinaban los músicos europeos más destacados. Además, amplio de espíritu, allí Liszt estrenaba o reponía óperas de actualidad de Wagner, Berlioz, Schumann o Cornelius, pero también de Donizetti y de Verdi.
La atracción que por Liszt sentían los jóvenes músicos motivaba, por supuesto, que pianistas, cantantes, directores y compositores por igual se allegaran hasta Weimar para recibir los consejos y opiniones del gran maestro. Uno de ellos, un joven músico alemán, le hizo escuchar en el piano una dificultosa sonata de su autoría. Luego de prestar atención duran-te un tiempo, Liszt se levantó y, palmeándolo amablemente sobre el hombro, con su mejor sonrisa, le dijo: "Bien, joven, el problema esencial es que no hay armonía entre su persona y la obra". Ante la mirada incrédula del muchacho, agregó: "¡Un músico tan joven y melodías tan antiguas...!"
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