Allegro
Las advertencias de un barítono en la ópera de Nápoles
- El gran tenor checo Leo Slezak, nacido en 1873, alcanzó una gran notoriedad en la primera mitad del siglo pasado como uno de los más reconocidos intérpretes wagnerianos de su tiempo. Pero además de recorrer Europa cantando, Slezak se dedicó a recopilar meticulosamente historias de la música de su tiempo. Años más tarde, en 1962, su hijo Walter las publicó en un libro editado en Nueva York. Una de ellas fue la que tuvo lugar en Nápoles, cuando Slezak asistió a una representación de "I pagliacci", la ópera de Leoncavallo, con un elenco que estaba integrado mayormente por cantantes del norte italiano. Con los recelos y la animosidad a flor de piel, casi como los hinchas de Boca cuando reciben en su cancha a los de Ríver, o viceversa, los melómanos locales fueron a ver y a oír a los adversarios septentrionales. Más que a disfrutar de la ópera, parecía que los napolitanos habían ido tensos a una especie de batalla, listos para estallar vociferantes ante cualquier defección. Aunados todos los cantantes en la misma bolsa, el público vio a todos ellos como una especie de enemigo monolítico y sólido. Sin embargo, según pudo comprobarse poco después, en la compañía no primaban la amistad y el compañerismo sino las divisiones, los rencores y los enconos. Apenas el barítono arrancó con el prólogo, en la platea comenzaron a detectar algunas impurezas. Aparecieron los primeros siseos. Slezak señaló que ante otros errores se alzaron burlas, gritos y reprobaciones. De repente, el barítono dejó de cantar y, desde el escenario, se dirigió al público. Con poquísimo espíritu de cuerpo, a pura sorna, les advirtió: "¿Ustedes me silban a mí? ¡Esperen a que llegue el tenor!"
Por Pablo Kohan
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