Bach, interpretado con entusiasmo
"La pasión según San Juan", de Bach. Solistas: Pablo Pollitzer, Mariano Fernández Buslinza, Manuel Blanco, Selene Lara, Celina Torres. Coro y Orquesta de la UBA. Dirección: Andrés Gerszenzon. Museo Nacional de Arte Decorativo. Funciones: hoy, a las 17, en la Pquia. Santa Margarita de Alacoque, Pico 4950, y pasado mañana a las 21, en el Teatro El Círculo, de Rosario.
Si el tiempo fue despojando de sus funciones litúrgicas y extrayendo a ciertas obras eclesiásticas de las iglesias para transformarlas en músicas de concierto, pues pocos ámbitos parecen más apropiados en Buenos Aires que el del Museo de Arte Decorativo para albergar a "La pasión según San Juan", de Bach. Si bien el palacio es posterior en más de un siglo a la fecha de la composición, hay pinturas, alguna estatuaria, objetos e innumerables detalles que remiten a cierta imagen de tiempo antiguo que, con alguna imaginación poco estricta, podría ser el de la iglesia de Santo Tomás, en Leipzig, en 1724, cuando esta pasión oratorial fue estrenada en un servicio de Viernes Santo.
Con todo, en el siglo XXI estamos y el sobretitulado electrónico, necesario e imprescindible, fue establecido en un rincón de la sala. Además, la nota vernácula llegó cuando fueron ingresando los integrantes del Coro y de la Orquesta de la UBA, una agrupación muy reciente que comanda Andrés Gerszenzon. Más allá de los buenos antecedentes ya cosechados hasta la actualidad, podía haber dudas sobre la capacidad del organismo para enfrentarse con una obra colosal y de altos requerimientos técnicos y artísticos. Los muchachos y las muchachas, sustantivo etario de aplicación más que precisa, que integran el coro y la orquesta salieron indemnes y saludables, aunque no deben dejar de señalarse algunas observaciones.
La orquesta trabaja con instrumentos modernos, pero la aplicación de prácticas interpretativas del historicismo musical le otorga un sonido general adecuado para la recreación de la música barroca. Sin embargo, ciertos desbalances sonoros fueron inevitables y tal vez un lugar con mejor acústica que el tan apreciado salón central del Museo podría contribuir a la claridad general. El mismo reparo debe hacerse extensivo hacia el coro, que, más allá de algunas imperfecciones en los agudos de las sopranos, sonó demasiado aglomerado. En este sentido, el canto de los corales y los números homofónicos parecieron mucho más logrados que los polifónicos en los cuales las líneas internas desaparecían casi irremediablemente. En todo caso, la observación no va en contra del gran esfuerzo de los músicos y cantantes ni de la capacidad de Gerszenzon para dirigir una obra de tanta complejidad con certeza y una gestualidad sin ambivalencias.
En el terreno de los solistas también campeó más la corrección que la excelencia. Pablo Pollitzer tuvo a su cargo el papel más complicado de la obra, que es el del Evangelista, para quien Bach escribió una parte sumamente exigente. Desde lo estrictamente vocal, Pollitzer, cuyo canto apoyado sólo por el continuo no tiene ningún tipo de refugio ante alguna falencia ocasional, con una voz que se maneja con más desenvoltura en los agudos que en los graves, sorteó mayormente todas las dificultades de una partitura hecha para atemorizar al tenor más valiente. Pero del Evangelista se espera que no sólo cante técnicamente bien, sino que le agregue todos los valores emocionales y teatrales que implican, esencialmente, la narración de un drama como es el de las situaciones que rodean a la pasión y muerte de Jesucristo. Como tenor multiuso, Pollitzer también debió cantar "Ach mein Sinn", un aria que, habitualmente, queda para otro tenor. En este pasaje, Pollitzer demostró una soltura expresiva que sólo aplicó con reservas en el Evangelista.
Mariano Fernández Buslinza construyó un Jesús sereno y profundo, con muy buena voz aunque, en su caso, se mostró un tanto impreciso con las coloraturas de su aria agregada. También correctos estuvieron las solistas femeninas, la soprano Selene Lara y la mezzo Celina Torre, y el barítono Manuel Blanco, quien construyó con solvencia al "inocente" Pilatos de este Evangelio. Todos los solistas, sobre el final, se integraron al coro para cantar los dos números finales. De ellos, "Ruht wohl", una especie de canción de cuna bachiana, como siempre, no dejó de conmover. Para alcanzar este tipo de emociones es imprescindible que la interpretación esté bien lograda. Y eso fue exactamente lo que sucedió.
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