Barenboim también es ibérico
Es imposible comentar una nueva placa discográfica de Daniel Barenboim sin atender a su imagen, su historia, su actualidad, sus conflictos y la visión que de él se tiene. Exceptuando a lo que va quedando de los Tres Tenores y al glorioso Zubin Mehta, ningún artista proveniente del campo de la música académica goza de tanto conocimiento y prestigio, aun fuera de los límites de este campo de la cultura.
Por el contrario, en su musical y clásico terreno, en virtud de sus muchas incursiones por caminos casi pecaminosos que un-artista-como-se-debe no debería haber realizado, Barenboim genera no sólo las admiraciones merecidas, sino también rechazos intensos y casi apriorísticos.
Ahora, este músico fantástico, un verdadero intérprete serial que no deja puerta sin abrir ni sendero por explorar, ha decidido dejar registrados sus pensamientos sobre la música para piano de Isaac Albéniz, un compositor al cual su venerado Wagner no podría sino haber ignorado o, peor aún, rechazado como compositor menor. En este sentido, Barenboim no sólo ha dejado una placa que será ineludible, sino que hasta la ha dotado de un profundo significado simbólico y pedagógico.
Cabe recordar que Albéniz nació en 1860, apenas dos años antes que Debussy, y que si bien puede ser ubicado dentro del nacionalismo musical sus creaciones exceden ampliamente el "color local" de melodías, armonías y fórmulas rítmicas del folklore español. En su obra, especialmente extensa, se pueden encontrar influencias desde Chopin, Schubert y Brahms hasta Debussy y Ravel. Y, por supuesto, una personalidad llamativamente original que convierte su música en única y distinguible.
En este compacto están registradas dos obras diferentes, como son los dos primeros libros "impresionistas" de "Iberia" y las seis piezas "románticas" que integran "España". Barenboim, en la plenitud de su arte pianístico, en una y otra excede largamente la exposición de componentes exóticos y, como siempre, encuentra colores orquestales, sonidos instrumentales y expone texturas dentro de las cuales es capaz de develar misterios ocultos con una sencillez y una musicalidad admirables.
Precisión milimétrica
Paseando con naturalidad por ambas obras, se detiene en las peculiaridades de cada pieza. Las armonías casi impresionistas de "Evocación" no lo llevan a dejar de lado cierta pasión española. El color local lo presenta sin tapujos en "El puerto". El intimismo, la melancolía y la expresión intensa encuentran su lugar en la "Rondeña" y la naturaleza llana y bella de la música de salón está presente en el archiconocido "Tango". Es interesante también como en "Fte ˆ Dieu" no intenta rellenar los huecos que deja Albéniz, sino que los remarca con toques rústicos, sin tratar de atenuar estos "errores" de textura.
Por aquí y por allá, entre ritmos marcados con precisión milimétrica y con sabor a castañuelas, fraseos con intenciones que provienen de Chopin, de Debussy o de la interpretación de la música popular española, toques guitarrísticos sumamente oportunos y los aromas españoles que caracterizan a la música de Albéniz, el compacto va transcurriendo sin debilidades. Y también con aciertos colosales.
Por ejemplo, la segunda sección de la célebre "Malagueña", claramente devenida del recitativo sin métrica del cante jondo andaluz, es expresada con vehemencia, pero sin exageraciones, estirando al máximo las duraciones pero sin que se pierda la continuidad melódica. O "Almería", con sus mil misterios y, sin lugar a dudas, la "Serenata", tocada en el súmmum de la delicadeza, la poesía y el canto.
Sólo Barenboim debe de saber cómo se pasa de un mundo tan específico como es el de Albéniz al de Sigfrido, casi sin escalas y, por cierto, siempre con certeza estilística, con autoridad y con total dominio de cada situación. Tal vez por esto sea uno de los artistas más notables de estos tiempos, en los cuales este título, un grado de altos honores, suele ser utilizado casi indiscriminadamente y con cierta puerilidad.
El compacto fue grabado en los estudios de Teldec, en Berlín. La muy mala foto de la tapa, sin embargo, lo muestra saludando al público, con jóvenes sobre el escenario, a sus espaldas, antes o luego de alguna interpretación en algún recital, extendiendo las manos, un gesto que es casi una marca registrada. Tal vez haya sido tomada en el Colón cuando, en su última visita, interpretó "Iberia" de manera maravillosa. En todo caso, lo importante no es la posible argentinidad del retrato del pianista sino los milagros sonoros que es capaz de producir y que aquí quedan indelebles.
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