Brillante acontecimiento musical
Inolvidable concierto ofreció el violinista Joshua Bell junto con el pianista Frederic Chiu
Recital del violinista Joshua Bell con el pianista Frederic Chiu. Programa: Sonata El trino del diablo, de Giuseppe Tartini; Sonata Nº 9 Op. 47 Kreutzer, de Ludwig van Beethoven; Sonata Nº 1 Op. 80, de Sergei Prokofiev; Melodía, de Piotr Illisch Tchaikovsky, e Introducción y tarantella, de Pablo de Sarasate. Mozarteum Argentino con auspicio de la Embajada de los Estados Unidos. En el Teatro Coliseo.
Nuestra opinión: excelente
En julio de 2003, Joshua Bell con el pianista Simon Mulligan ofrecieron un recital en el Teatro Colón, que sería inolvidable según se consignó en el comentario publicado en este mismo espacio de la sección Espectáculos y en el que también se enfatizaba, acaso de manera temeraria, que se había escuchado uno de los más excelsos recitales de la historia musical de Buenos Aires. Hoy, cinco años más tarde, se tiene la dicha de reafirmar aquel juicio y agregar que se ha escuchado a uno de los más notables violinistas de música de Occidente y que su nombre ha de perdurar como sinónimo de virtuosismo y de jerarquía artística.
Claro está que bien se conoce la existencia de una evolución en todos los aspectos de la vida y de modo muy especial en el terreno del arte de la interpretación, así como en lo referente al dominio técnico de los instrumentos y de la apreciación de los públicos, que se modifican al ritmo sutil e imperceptible del tiempo biológico. Pero lo que será absolutamente contundente y eterno es que el nombre de Joshua Bell figurará entre los mayores virtuosos del violín.
Ofreciendo un programa abarcador de diferentes estilos y épocas, desde el barroco hasta una de las líneas estéticas del siglo XX, Bell con la impecable colaboración del pianista Frederic Chiu, comenzó con una versión sin mácula de la sonata El trino del diablo, de Tartini, acaso una de sus mejores composiciones para violín y bajo continuo. Se destaca tanto la robustez de su construcción como las novedades de las ideas musicales que para la época fueron muy avanzadas, incluido el encanto de mezclar con gracia y audacia el efecto de trinos que suenan simultáneamente con una línea melódica; que exigió para ello una pulcritud técnica asombrosa. La que posee Bell, como muy pocos en el mundo.
Luego se escuchó una impecable versión de la novena sonata para violín y piano de Beethoven, la famosa Kreutzer , apellido del violinista francés a quien Beethoven le dedicó la obra, pero que nunca quiso o no pudo tocarla porque la conceptuaba de ininteligible, aunque con un gran valor por el equilibrio logrado entre el violín y el piano. Aquí, precisamente, se escuchó una lección de estilo beethoveniano como hacía tiempo no se obtenía, porque el piano y el violín lograron con naturalidad y en un plano de perfecto equilibrio, las brusquedades melódicas, el ritmo algo abrupto y la pasión expresiva que emana de la composición.
Pasión contenida
La segunda parte comenzó con una magistral versión de la Sonata Op. 80, de Prokofiev, obra dedicada a David Oistrakh, quien representaba para el autor, una alianza entre virtuosismo, pasión contenida y rigor. Como era de esperar, los interpretes lograron traducir el exclusivo lenguaje del genio ruso -bueno sería que su creación se escuchara con asiduidad para que la fuerza de la reiteración provocara que se conociera más una música siempre subyugante- que cuando murió y, en sus funerales, el gran Oistrakh, en mensaje que pocos advirtieron, interpretó el andante inicial, verdadera imagen sonora del cierzo que sopla entre las tumbas. Versión superlativa, porque Bell y Chiu penetraron en los más profundo del contenido de la composición, mensaje que concluye con el intento de una nueva sensación de paisaje helado, pero socarrón, que parece conducir a la nada, porque todo se diluye.
Como contraste acaso excesivamente marcado en cuanto al valor de las composiciones, se escucharon dos obras gratas; "Melodía", tercera parte de Recuerdos de un lugar querido , Op 42, de Tchaikovsky, amable y elegante, e Introducción y tarantella , de Pablo de Sarasate, página ideal para el lucimiento técnico del virtuoso. Cuando la ovación fue general y con el mismo criterio de liviandad, agregaron un arreglo de Estrellita, de Manuel Ponce. Por suerte, este ramillete fue ofrecido por ambos músicos con ejecuciones tan jerarquizadas como las del resto del recital que, en su totalidad, alcanzó el más alto nivel de excelencia.
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