Música popular. Canaro, el gerente del tango
El perro de Tania había embarrado un sillón blanco, y para evitar la ira de su marido, que odiaba al animal, se lo anunció exagerando el horror. "No te preocupes, si ahí el único que se sienta es Canaro", minimizó Discépolo, rematando una escena conyugal perfecta para medir el desdén que nunca dejó de acompañar al hombre más poderoso en la música popular argentina durante casi cinco décadas.
Francisco Canaro no inventó el tango, pero anduvo muy cerca de quienes le dieron forma a principios del siglo XX. Adicto al trabajo y enamorado del dinero, esquivó la disipación romántica de aquellos pioneros y llegó a controlar todos los espacios -discos, radio, teatro, Sadaic, cine y televisión- que se fueron abriendo, muchas veces gracias a él, desde la orquesta inicial de 1916 hasta su muerte en 1964.
Compuso instrumentales maravillosos ("La Tablada", "Nueve puntos", "El pollito", "Charamusca", "Halcón negro"). Sus tangos nostálgicos, en la línea de "Tiempos viejos", "Sentimiento gaucho" o "La última copa", no se han dejado de cantar, y hasta antigüedades ligadas a intérpretes insuperables vienen resucitando regularmente: "Madreselva" le ganó un Oscar al score de "Il postino" y el teleteatro "Betty, la fea" no estaría completo sin "Se dice de mí", estrenado por Tita Merello en "Mercado de Abasto".
Nadie demostró la habladuría de que no eran de él las músicas que firmaba, pero igual, al contrario de lo que ocurre con Arolas, Firpo, Bardi, Cobián o los De Caro, su nombre no surge automáticamente al citar tanguistas fundamentales. Lo mismo le sucedió como director: ninguno era capaz de atraer las multitudes que tanto se divertían con Canaro, pero los conocedores prefirieron siempre orquestas más sensuales o tenebrosas.
Era un personaje de modales poco seductores y expresión algo torpe que igual la gente disfrutaba como anunciador. Por radio, donde se lo escuchaba diariamente, en películas haciendo de sí mismo y hasta en teatro, para el que inventó un género infaltable en las carteleras a partir de 1932. Comedias musicales denominaba a estas historias insignificantes repletas de canciones, tan exitosas que más de una -"La canción de los barrios", "Con la música en el alma"- pasó al cine.
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Es inevitable el paralelo con otro director-empresario adicto a la variedad, el gigantismo y a combinaciones instrumentales extravagantes: Paul Whiteman. Canaro no tuvo a Gershwin componiendo y tocando el piano, pero sí a Mariano Mores; su orquesta no sonó detrás de Bing Crosby o Mildred Bailey, pero acompañó a Charlo, a Ada Falcón y al mismísimo Gardel, tan reacio a todo lo que no fueran guitarras. No puede haber realizado las siete mil grabaciones que miente en "Mis memorias", pero aun aceptando la mitad se llega a una de las discografías más copiosas que existen, útil también como catálogo de danzas olvidadas y otras curiosidades. Porque paralelamente a tangos, milongas y valses criollos registró cuanto baile estuvo de moda: pasodobles y tarantelas, polkas y mazurcas, todos los aires nativos, sambas y marchinhas y hasta encabezó una Jazz Band.
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Por falta de placas originales -la colección Alfuso, una de las más completas, se vendió a Japón- las reediciones han recuperado sólo una pequeñísima parte de su inmensa producción olvidando los desmanes comerciales, un rigor involuntario que vuelve muy interesante el escaso Canaro disponible. Es una música extraña, imponente, reaccionaria, pero muy personal, pródiga en arreglos tan arbitrarios que sorprenden y abundante en buen humor, algo que el tango casi siempre evitó.
Este laborioso talento primitivo, que por conflicto de intereses nunca se permitió ser artista, había nacido en el interior del Uruguay hace hoy 113 años. Su ya lejano centenario pasó sin siquiera la gentileza de un álbum recordatorio; es que los homenajes son inspirados por héroes o creadores, rara vez por gerentes.
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