Música clásica. Carta abierta a un amigo lejano
Amigo: te escribo desde un lejanísimo lugar del mundo. Se llama Buenos Aires, y es la capital de Argentina, de la cual, naturalmente, no tendrás la menor idea. Ocurre, Joseph (¿puedo llamarte así, tan familiarmente?) que estamos en 2006, es decir a 197 años del día en que ingresaste en el Olimpo, y muchos admiradores de tus obras estamos desolados porque el marketing o mercadotecnia, como prefieras (un asunto del que tendría mucho que contarte), se ha enloquecido con tu querido Wolfgang y amenaza con dejarte en la penumbra. O mejor dicho, en el silencio. Yo espero que en 2009, cuando se conmemore tu segundo centenario, las cosas mejoren, aunque no podemos quejarnos en lo que hace a los grandes trabajos que te han dedicado los estudiosos, como Carl Pohl o Robbins Landon (entre tantos más), los catálogos (ahora usamos el del señor Hoboken, que nos es de gran ayuda) y las grandes versiones que retenemos de intérpretes que te comprenden y te aman.
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Pero el problema que nos aflige es que en estos años recientes, y mucho entre nosotros, se están olvidando de vos, como si la fama descomunal de Mozart, que hasta ingresa en las salas de neonatos porque parece que sus melodías les hace muy bien a los bebes, va en desmedro de la difusión de tus geniales cuartetos, sinfonías y misas.
Por otra parte, sabrás que hace pocos días recibí un mail (sería largo explicarte sobre la plaga del correo electrónico) de un gran admirador tuyo, de aquí, de Buenos Aires, para pedirme que recuerde a mis lectores dos cartas que dan cuenta del gran respeto y admiración que te unió con Wolfgang. Una es tuya, de 1787, cuando le respondes al director de la ópera de Praga que te acaba de encargar una ópera. Ahí le dices que el verdadero destinatario de ese pedido debería ser el autor de "Le nozze di Figaro". Y del "Don Giovanni", justamente compuesto en ese año para Praga : "Si yo pudiera grabar -escribes- en el alma de cada amigo de la música, y particularmente de los personajes importantes, cuán inimitables son los trabajos de Mozart, cuán profundos, cuán musicalmente inteligentes (...) entonces las naciones se disputarían entre sí la posesión de tal joya dentro de sus fronteras. Praga debería retener a este hombre, pero debería recompensarlo también (...) ¡Me enfurece pensar que este incomparable Mozart no haya sido todavía contratado por alguna corte imperial o real!"
Y luego aquella otra, emocionante, que acompaña a los seis cuartetos que te dedica el joven Wolfgang: "A mi querido amigo Haydn: un padre, habiendo decidido enviar a sus hijos [los cuartetos] al gran mundo, estimó que debía confiarlos a la protección y conducta de un hombre muy célebre el cual, por fortuna, es además su mejor amigo. He aquí pues, hombre célebre y amigo mío queridísimo, a mis seis hijos. Son, no cabe duda, el fruto de un largo y penoso esfuerzo... Dígnate pues acogerlos benignamente, y ser un padre, guía y amigo. (...) W. A. Mozart".
Querido Josef, no quiero cansarte. Sólo te cuento que esta noche, la Orquesta Filarmónica de nuestro teatro llamado Colón, tocará una de tus primerísimas sinfonías: la Nº 6, que conocemos como "La mañana". Ya sé, no se trata de aquellas formidables que escribiste para Londres. Pero es deliciosa y servirá para que nos sintamos, durante 21 minutos, muy cerca de vos. Después te cuento.
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