Conciertos en el templo
Concierto del Cuarteto Fauré , conformado por Erika Geldsetzer (violín), Sascha Frömbling (viola), Konstantin Heidrich (violonchelo) y Dirk Mommertz (piano). Programa: Cuarteto en Sol menor, K 478, de Wolfgang Amadeus Mozart; Cuarteto en Sol menor, Op. 13, de Richard Strauss, y Cuarteto en Mi bemol mayor, Op. 47, de Robert Schumann. Organizado por Fundación Kinor, Congregación Israelita de la República Argentina, Campaña Unida Judeo Argentina y Fundación Judaica. Ciclo "Conciertos solidarios", en el Templo de Libertad.
Nuestra opinión: muy bueno
La segunda función de la temporada musical organizada bajo el lema "Conciertos solidarios" se llevó a cabo en el Templo de Libertad, emblemático y hermoso edificio religioso de la fe judía -el concierto inaugural había tenido lugar en el Teatro Colón, con la actuación de la Camerata Bariloche-, con la presentación exclusiva del prestigioso cuarteto con piano que, aunque rinde homenaje en su nombre a Gabriel Fauré, uno de los más exquisitos creadores de Francia, está conformado por músicos germanos que ya habían llevado a cabo una gira sudamericana en 2000.
Y, como no podía ser de otro modo, tratándose de un conjunto varias veces galardonado y que en su repertorio incluye obras maestras de la formación cuarteto con piano de autores poco difundidos (como Ernest Chausson, Josef Suk y Theodor Kirchner, entre otros), su concierto se caracterizó por exhibir calidad y sensatez.
Mozart y Strauss
Es así como se apreció una muy atinada versión de la composición de Mozart, el K. 478, que, junto con el K. 493, plantaban la suma sonora del piano a un trío de violín, viola y violonchelo que, en la época, era una combinación casi desconocida. Esta formación está, por lo tanto, entre las pioneras que trasluce una admirable idea del más puro estilo de la música de cámara; especie de síntesis entre el cuarteto de cuerdas y el concierto para piano, pero que no tuvo mayor éxito entre los creadores posteriores, muy a diferencia del trío o el quinteto con piano terreno donde sí abundan páginas magistrales.
La versión fue prolija y permitió apreciar solvencia y buena sonoridad por parte del Cuarteto Fauré, aunque también fue audible una condición acústica con resonancias que crean ciertos desequilibrios entre los timbres de cada integrante, así como del propio ambiente que, por un lado, debería ser atemperado con alfombras espesas y un cerramiento más hermético en las entradas al templo para evitar ruidos del exterior.
A renglón seguido y aclimatados con los detalles acústicos señalados, el nivel de la ejecución se elevó gracias a una brillante versión del difícil y temperamental Cuarteto en Sol menor Op. 13, de Richard Strauss (escrito por el autor a los veinte años, que se sorprendió por el éxito de la primera ejecución de la pieza, dedicada al duque Jorge II de Sajonia-Meinigen). La obra jamás le gustó al mismo Strauss, que no veía nada grato en ella, por lo que se dejó de programar hasta llegar a un silencio casi definitivo.
Además del interés de haber incluido una obra tan ausente de las salas de conciertos, se apreció en toda su magnitud el nivel académico de los músicos, que, en la última entrega de la velada -el hermoso y asimismo vibrante cuarteto de Robert Schumann-, ofrecieron una estupenda versión, no sólo por el acierto con el que se encuadró el lenguaje musical, sino también por la emoción y el refinamiento que surgieron del fabuloso tercer movimiento, acaso una de las páginas más inspiradas que haya surgido del autor alemán.
Como el público se manifestó complacido al tributar un denso y sostenido aplauso, los músicos, con exquisito equilibrio, ofrecieron el adagio del cuarteto de Felix Mendelssohn.