Contra la banalidad
El hombre de traje camina. Y silba. Una señora se cruza con él, queda pegada a esa melodía. Hay ruido de coches, colectivos que frenan de golpe. Dentro, una adolescente se escuda en ritmos tempestuosos. El taxista tararea un tango y el pibe que sube ve un rocanrol desde la ventanilla. Una ciudad de locos. Una comedia musicalizada quién sabe por qué Mozart trasnochado. Pero hay música. Siempre, a pesar de todo.
La banalizan, la vacían, le quitan espontaneidad. La simplifican, la venden como tomates, hacen ensaladas insípidas. Incluso algunas veces insisten en que ella es ese estribillo que se repite insaciable y enfermizo. Y que se vende o se inyecta de una extraña forma a través de los ojos y los oídos. Casi lo mismo. Como si música e insistencia fuesen sinónimos.
La música es otra cosa, pero, ¿qué? Tal vez, algo que ayuda a vivir mejor. Sí, a veces parece cierto: el arte ayuda a mejorar la vida de las personas, pero en ese transcurrir cotidiano vemos niños que no tienen ninguna posibilidad. Ninguna. Y queda la sensación de que con los muchos que intentan hacer algo no alcanza.
No cuesta mucho cerrar el círculo. Intentamos hablar de música y algo no cierra. Da la impresión de que resulta una excusa (una buena excusa) para vender algo.
Y hasta tenemos el Día de la Música. Hoy. ¿Cómo hay que celebrarla? ¿Llevarle flores? ¿Despertarla y darle regalitos para que sonría?
* * *
A veces parece irremediable: la época que nos tocó recorrer tiene la manía de banalizar todo lo que toca. Todo: Borges o Dalí, Nietzsche o Einstein. Da lo mismo. Los vaciamos de contenido, de búsqueda. Los convertimos en pequeños segmentos de snobismo que se esfuman rápidamente. Pronto llegan los reemplazos. Hay mucho por banalizar todavía, aunque no parezca. Y la música es, siempre, una gran candidata: es la expresión artística que más se consume.
* * *
Hay quienes pueden vivir (de hecho, sucede) sin ir a un museo, sin leer un libro, sin descubrir a Shakespeare, pero todos tienen una canción (una, aunque más no sea) que alguna vez les hizo sentir algo así como estar vivo o feliz o enamorado o a punto de morir o en un éxtasis inexplicable. Al lado de una sensación hay alguna melodía.
Quien más, quien menos, tembló alguna vez con esa cosa inasible que llega -¿cómo explicarlo?- a expresar lo que nos pasa en ese preciso momento con una exactitud y una imprudencia sorprendentes.
Sin embargo, se hace todo lo posible para que ese tema que nos conmovió nos harte por el simple hecho de tener que imponerlo en una situación donde no todo debe comprarse o venderse. Se confunde el sabor con la forma. Se banaliza el dolor o la locura o la celebración. Lo que sea, no importa el costo.
Sin embargo, la música no abandona la posibilidad de la belleza. Por eso habrá que celebrarla hoy, como siempre.
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