El Testamento de Heiligenstadt
Hace doscientos años se escribió una carta que hoy, en 2002, sigue conmoviendo a la humanidad. Es el llamado Testamento de Heiligenstadt, una carta que Beethoven escribió a sus dos hermanos en octubre de 1802, en momentos en que apenas comenzaba a dar al mundo sus primeras obras maestras, pero cuando ya debía reconocer que su sordera, progresiva, era una espantosa realidad.
Extraña historia ésta de Beethoven, quien a los treinta años, a ocho de llegar a Viena desde su Bonn natal, comienza a cosechar triunfos que le permiten adquirir el sentido de su importancia internacional y descubrir un sentimiento premonitorio de la inmortalidad. "Mis composiciones me permiten ganar bastante, y debo decir que me ofrecen más encargos de los que puedo realizar", asegura en una carta del 20 de junio de 1801 dirigida a Franz Wegeler, de su ciudad natal. "Más aún -continúa-, cuento con siete editores y aun más para cada composición, si así lo deseo; la gente ya no hace arreglos conmigo; fijo mi precio y pagan."
Sin embargo, en medio de tamaños éxitos, lo embarga un sentimiento de tragedia inminente. "A veces siento -escribe a otro destinatario- que pronto enloqueceré como consecuencia de mi fama inmerecida; la fortuna está buscándome y por esa misma razón temo una nueva calamidad."
* * *
Lo que ocurre es que "esa calamidad" intuida, ya venía acompañándolo desde hacía algún tiempo. En noviembre de 1801 debe aceptar que su sordera es una realidad, sobre todo en el oído izquierdo. A partir de entonces la lucha será larga e indescriptiblemente dura. Después de momentos de confianza, en los que asegura: "Aferraré por el cuello al destino; ciertamente no me doblegará ni me aplastará", vienen otros de angustia y abatimiento tan intensos que lo conducen a la idea del suicidio. La posibilidad de terminar con su vida, cuando aún no había compuesto ni siquiera su sinfonía "Heroica" queda reflejada en el famoso documento hallado entre sus papeles después de su muerte, y que ahora se denomina Testamento de Heiligenstadt, por haber sido escrito en este pueblo de las cercanías de Viena, donde se estableció en la primavera de 1802 para preservar a su oído de los ruidos de la ciudad. La carta a sus hermanos fue escrita en dos partes, el 6 y el 10 de octubre, hace doscientos años. Se trata de un documento desigual, donde alternan expresiones desesperadas, con fragmentos calculadamente filosóficos, un tanto acartonados, como si hubieran sido escritos con vistas a lo que fue, a la inmortalidad. Pero lo cierto es que según lo afirma, "sólo mi arte me ha retenido".
Y si bien algunos exegetas no parecen convencidos de que la idea del suicidio hubiera existido realmente, nadie puede no emocionarse cuando el músico inmediatamente después asegura: "Me pareció imposible abandonar el mundo hasta que hubiese expresado todo lo que sentía en mí". Y aquí nadie puede dudar de su sinceros sentimientos. El hombre que sentía bullir en su mente sinfonías como la tercera, la quinta, sexta o novena; el cuarto y el quinto conciertos para piano, tantas sonatas para teclado y cuartetos de cuerdas o la Misa Solemne, debía vivir a pesar del más espantoso de los sufrimientos que pueda imaginarse para un músico.
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