Ella y él, con el mismo encanto
"Dos en la carretera", recitales de la cantante-actriz Ana Belén y el cantautor Víctor Manuel, junto a los tecladistas David San José Sánchez y Mariano Díaz Fernández, el bajista Javier Saiz Martínez, los aerófonos de Andreas Ultrich Pittwitz, la guitarra de Osvaldo René Greco, la batería de Angel Crespo Dueñas y la percusión de Alberto Duarte Hernández. Producción argentina Alicia Cevoli, Roberto Garmendia y Pía Morigi para Aisenberg-Gelemur-Lombardi-Simone. En el teatro Gran Rex.
Nuestra oponión: muy bueno.
Sencillamente, como dos que marchan por la carretera, así se desenvuelven Ana y Víctor en el escenario. Con cautivante naturalidad, sin vanas teatralizaciones, sin una pizca de divismo, sin trajes estrafalarios (él viste camisola y pantalón negro; ella, un fino vestido marrón con sutiles tajos); sin grandes luces y sin demagogia, con una impecable puesta en escena. Cada cual a su turno emprende refinados, imperceptibles, mutis por el foro para dar paso al compañero del canto. Y de la vida.
Desde hace casi treinta años se los ve juntos en escena. Buenos Aires los recibió, al menos, en 1995 y en marzo de 1997, y también formando una minitroupe junto a Serrat y Miguel Ríos en el Luna Park para ofrecer "El gusto es nuestro".
Esta vez le toca el turno a Víctor de abrir el nuevo encuentro. Y no hesitará en hacerlo con un estreno: "El hijo del ferroviario", una de esas canciones con porvenir asegurado por sus ráfagas testimoniales y la belleza de las imágenes que son un tributo a la magia del tren. Le seguirá otra filosófica, "Hay más de dos caras". Ambas traen ese melodismo acotado, de recitativo, tan afín a ciertas canciones del asturiano, que llegan engarzadas en contundente ritmo pop-rock.
Casi subrepticiamente aparece Ana por un costado, tal como la describimos hace casi cinco años: "Como una veinteañera, como un junco nuevo, elástico y cimbreante; como una gacela llena de gracia y simpatía, con sus dientes relucientes y sus bellísimos ojos", para cantar una de sus canciones preferidas, "Yo vengo a ofrecer mi corazón", en una versión mucho más clara, emotiva y afinada que la del propio e inspirado Fito Páez, incluso respetando esa cadencia melódica que trae la palabra "corazón".
Luego se prodigará en ese estandarte épico de "España camisa blanca" (a veces madre y siempre madrastra), cuestionada y defendida desde la generación del 98 (la muerte que acompaña a esa querida tierra de nuestros padres, la que "nos hizo libres, pero sin alas", la que "nos dejó el hambre y se llevó el pan") a la que no cuesta nada querer tanto. Ana la canta con entrañable fervor y con una voz espléndida.
Llegados a esta instancia parecen haberse perfilado los roles. Víctor asumirá las más resonantes, las de menor vuelo melódico y las más cercanas al pop-rock, y Ana, las más baladísticas. Pero es apenas un intento. Los papeles se irán intercambiando. Lo que sí alternará a lo largo del concierto serán las canciones de amor y las testimoniales. En casi todas ellas el verbo trepará a alturas poéticas escasamente transitadas en la música popular, mientras que el grupo se lanzará de lleno por el sonido poderoso, un tanto abrumador, con arreglos frontales que no han recalado en los matices y las sutilezas que reclama cierto cancionero más intimista.
De todos modos, la treintena de temas no satura ni agota. Ellos manejan un timing ideal, en el que queda atrapado el espectador.
Víctor desgranará metáforas en "Nada sabe tan dulce como su boca", y asumirá otra vez el rol de testigo de su tiempo en "Cruzar los brazos", contra el servicio militar y las guerras.
Ana retomará con voz vibrante el inspirado melodismo de la balada "Yo también nací en el 53", para luego entregarse, deliciosa, a una de amor, "Tengo miedo". Proseguirá el desfile de temas conocidos ("Adónde irán los besos") junto a obritas convencionales, como "Dueña y señora", a cargo de Víctor, y volverá con Ana -acurrucadita y de cuclillas- la triste melodía de "Lía", y asomará para oxigenar el repertorio la inspiración de García Lorca en el bellísimo "Zorongo gitano".
Con el público a coro
El público responderá con esporádicos coros cuando lleguen los clásicos "Sólo pienso en ti", "Quiero abrazarte tanto", "Asturias", "La puerta de Alcalá" (emblemática de la transición española, donde se refleja su historia, desde Carlos III y la Guerra Civil hasta los años 60 y la posmodernidad), "Contamíname" (la sutil canción de Pedro Guerra), el siempre sugestivo "El hombre del piano", a la que se suma la canción de Gieco "Sólo le pido a Dios", aggiornada a puro rock de decibeles y lejos de su aliento hímnico.
En algunas ocasiones intercambiarán sugestivos dúos, en los que la segunda voz permanece en penumbras. En contados momentos, Víctor, que trepa siempre -es su estilo- al límite más agudo de su tesitura, recalará en su verdadera voz de barítono, como sucede en la extemporánea "María de las mareas" (la mujer que tiene un amor en cada puerto). Eso sí: lo hará como la primera vez, con envidiable entrega y con ese inclaudicable apresto varonil.
En cuanto a Ana, sigue sorprendiendo su capacidad canora, y no solamente por una tesitura que arranca y se sitúa cómoda en la voz de contralto, para luego lanzarse a los más pastosos y eufónicos agudos, propios de una garganta privilegiada. A todo ello agrega Ana desplazamientos felinos y fraseos deliciosos, propios de las mejores cantantes, afeados únicamente por la potencia de un acompañamiento estruendoso, muchas veces escasamente empático con la línea melódica, que se encarga de sepultar las letras.
Por cierto que se desgranarán joyas, como esas dos de Joaquín Sabina: "A la sombra de un león" y, ésta de estreno, "Peces de la ciudad", en las que el gran poeta cosmopolita esgrime sus más prodigiosas armas del idioma. Y uno se extrañará de que, siendo el sexteto dueño de buenos músicos (sobre todo el de los aerófonos -saxos incluidos-), abrume el bajo eléctrico, se esconda siempre la guitarra y se desdeñe el ensamble de ambos teclados.
De todos modos, Ana Belén y Víctor Manuel han sellado una vez más su paso con una impronta indeleble, donde la inspiración y el profesionalismo hacen las mejores migas.
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