Elpidio Herrera, músico y luthier
En el pueblo santiagueño de Atamishqui todavía se habla en quichua, se baila chacareras en patios de tierra y se mantiene el ritual de tirar cohetes en medio de la pista de baile. En ese lugar vive Elpidio Herrera. El músico atamishqueño es un referente de la región céntrica de Santiago del Estero. Luthier, recopilador y continuador de la tarea difusora de don Sixto Palavecino -con el que tocó varios años- a la hora de interpretar y rescatar un repertorio olvidado de la zona.
De visita
El inventor de la sachaguitarra -un instrumento con cuerpo de calabaza, provisto de cinco cuerdas de acero, tocadas alternativamente con un pequeño arco similar al de un violín o con una púa- está de paso por Buenos Aires. Este maestro llegó directamente del monte santiagueño para grabar un repertorio de temas regionales junto a su grupo Las Sachaguitarras Atamishqueñas en los estudios de León Gieco, productor del disco. Hoy, a las 21.30, se presentará en el ciclo de recitales de la Peña del Colorado,Güemes 3657, con Raly Barrionuevo como invitado.
Herrera se hizo conocido a partir de su participación en el álbum "De Ushuaia a La Quiaca" y posteriormente tocó en otro disco de León Gieco "Semillas del corazón". Pero en su pueblo ya era conocido por su estilo interpretativo, sencillo y agreste, y por la invención de ese instrumento novedoso que su colega Sixto Palavecino bautizó con el nombre de sachaguitarra (guitarra del monte) y que sintetiza el sonido de un violín, el charango y el sikus.
Con esa particular guitarra entre sus manos se transformó en un transmisor de la cultura quichua y del repertorio oral de chacareras y vidalas escondidas en el monte y en la memoria de los mayores. El año pasado viajó a Stuttgart para dar una serie de conciertos. Allí regresará el 24 de junio.
Desde el monte
"Hace un tiempo nos invitaron a tocar en Alemania. Lo que allí querían ver era cómo se toca en el monte. No le vayas con otra cosa porque ellos han inventado la música. Tocale lo tuyo, lo que representás. Así lo hago siempre cuando salgo de mí Atamishqui. No llevo otro perfume que no sea el nuestro -afirma Herrera-. Nosotros hacemos esas chacareras de mi pago que hablan de los personajes de mi zona, de lo cotidiano, las fiestas campesinas a caballo y esas vidalas dedicadas al romance y al recuerdo de los amigos."
Herrera proviene de una familia de artesanos que le contagiaron la fantasía de fabricar inventos y reparar sus propias cosas. La formación se completó con un secundario técnico y un viaje de estudios a Buenos Aires que lo devolvió a su pueblo con ganas de no irse nunca más. "Mirando todo lo que había que hacer en Atamishqui me quedé definitivamente y junto a un sacerdote alemán que tenías ganas de hacer muchas cosas ayudamos a sacar adelante el primer secundario, que significó un cambio importante en el pueblo. Curiosamente, mientras otros pueblos fueron desapareciendo, Atamishqui ha mostrado un espíritu muy especial", dice orgulloso este musiquero, que busca revalorizar la cultura campesina de su zona.
Otros sonidos
Un día recordó lo que le contaba su padre y se puso a imaginar otra forma de hacer música y representar a su pueblo. "La primera vez que fabriqué una guitarra fue cuando me acordé de aquello que contaba mi padre cuando los mayores usaban la caspiguitarra (guitarra de palo). Encordaban una madera y con eso cantaban las chacareras de mi pago. Era la manera de expresar sus cosas porque no tenían posibilidades de comprarse un instrumento", cuenta.
Casi por casualidad
Sus condiciones naturales de alquimista capaz de convertir una simple calabaza en un instrumento con posibilidades inagotables le llegaron después, casi por casualidad, animado por un maestro como Sixto Palavecino y la gente de su pueblo. "No fue una ocurrencia, sino una búsqueda interna. Me inclino a pensar que esto surgió de mi amor por la tierra, la naturaleza y el paisaje. Hay una cosa curiosa. Esto estaba dormido en mí hasta que la gente del programa de radio Alero Quichua Santiagueño, que era lo único que llegaba a Atamishqui y donde se defendía nuestra cultura, me contagiaron el entusiasmo de mostrar lo de mi lugar. Ellos me animaron a presentarme con mi caspiguitarra y me recibieron de una manera hermosa. Después empecé a buscar otra forma. Un día, una señora que había escuchado la audición trajo una calabaza a mi casa y le dijo a mi madre: "Esto es para Elpidio, para que la haga sonar". Sin darse cuenta, esa señora me estaba dando una caja de resonancia."
Fue el comienzo de una travesura musical y un experimento artesanal que convirtió a la sachaguitarra en un instrumento de múltiples posibilidades. Capaz de reunir los sonidos naturales que rodean al hombre de campo, la sensibilidad del violín, el sonido grave de los vientos y aportar otras formas interpretativas para los musiqueros de la zona. "Primero comencé a tocarla con un pincel al que le puse resina imitando un arco de violín -explica Elpidio-. Después como sonaba mejor en el puente de la guitarra tuve que hacer un orificio para introducir una especie de arco chiquito. Ahí entendí que proponía más matices que un violín y encima no había posibilidad de desafinar. A eso se sumó otra cuerda más grave que me daba la posibilidad de imitar con un instrumento de cuerda a un sikus, un chelo o el rebuzno de un burro. La sachaguitarra me da la posibilidad de asemejarme mucho a aquello que uno pretende imitar que es el propio monte, el propio paisaje."
Herrera nunca estudio música. Su escuela fueron las fiestas de campo y las guitarreadas donde los grandes cantaban chacareras y vidalas. "Aprendí escuchando a mis tíos y a mi padre. Para mí es difícil de creer que un chico tenga que aprender la música de un libro. La música para nosotros es como el aire, está en nuestra alma. No sé si hubiera aprendido estudiando. El talento creativo está en la persona. Primero hemos aprendido a hablar y después a escribir. Con la música es lo mismo", cuenta con la sorpresa de alguien que descubre otra civilización musical.
Todo los integrantes de su familia saben tocar la sachaguitarra y su hijo forma parte de su grupo. La afición por el llamativo instrumento también se desparramó entre los jóvenes del pueblo, pero nunca logró una difusión más amplia debido a los caprichos de la naturaleza. "Si no tuvo mayor difusión es que a la calabaza hay que sembrarla, pero no siempre salen las adecuadas. Una planta puede dar 50 frutos de los cuales pueden servir dos, o quizá ninguno. Así que se nos hace difícil fabricar más. Pero seguimos intentando y siempre hay calabazas sembradas en el fondo de la casa."
PARA AGENDAR
Elpidio Herrera y sus Sachaguitarras Atamishqueñas.
Peña del Colorado Güemes 3657. Hoy, a las 21.30. Entrada: $ 7. Tel.: 4822-1038.
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