La actuación en vivo, la carta de triunfo
En medio de la temporada alta de premios de Hollywood, la entrega de los Grammy sobresalió y se distinguió por la esencia misma de lo que celebra: la música. En la ceremonia de anteayer, los rituales habituales de este tipo de eventos -el suspenso tras la lectura de los nominados, la entrega de la estatuilla, los agradecimientos, las emociones- quedaron en un absoluto segundo plano para que el acento estuviera puesto en la actuación en vivo; esa situación tan irrepetible, tan inasible que sucede entre los artistas allí, sobre el escenario, y el público en el auditorio o desde sus casas. Es una decisión que la Academia de la Grabación norteamericana tomó hace un par de años y que puede entenderse como una buena lectura de situación de estos tiempos en que la manera de distribución de la música está en plena migración hacia nuevos soportes, sin terminar de asentarse aún.
Así, durante las casi tres horas y media de transmisión, sólo se entregaron una decena de los más de ochenta premios en juego. La actuación en vivo parece ser hoy día la única tierra verdaderamente firme en el universo de la industria musical, y a ello no es ajena tampoco la tendencia acústica o sencilla que sigue en auge: porque si los Black Keys fueron quienes más premios se llevaron, el álbum del año, la categoría principal, la del "cierre" de la noche", fue para Mumford & Sons (que lo recibió de manos de Adele, ganadora del año pasado, y tan inglesa como ellos, reafirmando el gran momento "exportador" por el que está pasando la música británica).
Pero también sucedió en los shows: Elton John y su piano por dos (primero junto a Ed Sheeran, luego en el homenaje a Levon Helm junto a Mavis Staples, T-Bone Burnett y los M&S, entre otros); Juanes versionando al mismo Elton, a pura guitarra y voz; The Lumineers; la banda femenina que acompañó a Jack White en la primera parte de su doble presentación, o la orquesta de Nueva Orleáns junto a los Black Keys y el emplumado Dr. John.
La tecnología, en cambio, brilló en las puestas, espectaculares algunas, sorprendentes otras. Como el vestido-pantalla de Carrie Underwood que mostraba flores, mariposas, pájaros; la lluvia que cayó sobre los fans en medio de su actuación y la presentación de Frank Ocean, que lo llevó del piano a las carreteras.
Sin el trago amargo que fue el año pasado la muerte de Whitney Houston en la víspera de la 54» entrega de los Grammy, esta vez la industria de la música norteamericana tuvo la fiesta que deseaba.
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