Iguazú en Concierto. La alegría de hacer música
Niños y jóvenes llegados de distintos países viven la experiencia sin igual de este encuentro de orquestas y coros
PUERTO IGUAZÚ.- Con el salto más imponente de las Cataratas al alcance de la vista, un enjambre de chicos y jóvenes inunda el césped de la explanada que separa el edificio del Hotel Sheraton del gigantesco escenario preparado, si el tiempo acompaña y no se cumplen los pronósticos de lluvia, para cerrar el quinto Festival de Orquestas Infanto-Juveniles Iguazú en Concierto.
A la hora del ensayo general, el sol de la tarde entibia una geografía pintada de verde infinito y hace olvidar por un rato que casi toda esta fiesta transcurrió durante esta semana bajo el influjo de las bajas temperaturas. Los mismos chicos que encendieron los corazones del público local y pusieron todo el calor de su precoz talento al servicio de uno de los encuentros musicales más festejados del calendario argentino ahora van camino de las pruebas finales del megaconcierto que esta tarde, a partir de las 17, los verá juntos por única vez en un mismo espacio.
Son cerca de un millar los cuerpos que suben y bajan a partir de las instrucciones de la incansable directora artística, Andrea Merenzon, que ordena la entrada y la salida de las diferentes cuerdas de instrumentos desde la consola de sonido. En un momento se hace tiempo para pedir a los organizadores que no olviden entregar gorras a cada uno de los chicos. De otra manera, se hace difícil enfrentar el sol que cae a pleno sobre la estructura metálica ya preparada para el concierto de despedida y, al mismo tiempo, seguir las indicaciones del director de turno. Ahora el podio es ocupado por Norberto García, primer violín de la Orquesta Sinfónica Nacional y uno de los siete profesores llegados hasta aquí para asistir a los chicos en el complejo armado del repertorio que interpretarán en conjunto todas las orquestas, solistas y coros.
Mientras el escenario se llena de colores, los chicos que ocupan el verde aguardan el momento de ser convocados. Miran, descansan o aprovechan el momento para darles el último ajuste a sus instrumentos. Más atrás, los pequeños integrantes del Coro Infantil Discantus, de Paraguay, arman una ronda como si estuvieran en el patio de la escuela. En el escenario, los ejecutantes de las marimbas tradicionales del grupo Watershed and Winad, que llegó desde Zimbabwe, ensayan la pieza tradicional que interpretarán en el concierto. Sobre la explanada, los cantantes de ese grupo (que no superan los 14 años) comienzan a moverse al compás y no tardan en verse acompañados por chicos de otras agrupaciones y otras nacionalidades. En ese instante queda impreso el retrato de uno de los objetivos cumplidos de un encuentro que no deja de crecer.
Los últimos ensayos para el concierto final transcurren en el mismo escenario que tendrá la celebración. Los días previos, esa preparación se hizo cada mañana, desde muy temprano, en las aulas del Instituto Tecnológico local, cuya biblioteca se adaptó a las dimensiones de esa multitudinaria orquesta que cada año Iguazú en Concierto prepara para la despedida. Allí también escaleras, pasillos y patios se poblaron cada día de niños inquietos y ansiosos, dispuestos a repartir el tiempo entre la disciplina del trabajo artístico y la sorpresa de los muchos descubrimientos que esta fiesta musical puede deparar. Para cumplir con el primer propósito allí está, por ejemplo, el cartel que en la puerta de la biblioteca indica taxativamente: "Se ruega a los señores padres no ingresar en la sala". Para el segundo, los momentos de recreo, de intercambio y la posibilidad de visitar y conocer las cataratas del Iguazú según un calendario rigurosamente armado.
Este año hubo innumerables presencias para celebrar. Desde la impecable banda de metales Lyra Tatu, de Brasil, con su vibrante celebración del Carnaval, hasta la musicalidad de las orquestas sinfónicas latinoamericanas (Colombia, Chile, Perú). Desde la increíble capacidad de improvisación para el jazz de los chicos de la big band suiza Swing Kids (con una trombonista de 9 años que dejó a todos, literalmente, sin palabras) hasta la jerarquía interpretativa de solistas de excepcional virtuosismo con apenas 10 años (la flautista de Singapur Yi Ting Ong), 12 (la violinista turca Deniz Sensoy), 13 (el clarinetista peruano Terry Limache Hinojosa) y 14 (la violinista rusa Maria Andreeva).
También algunos momentos para el recuerdo, como el de los pequeños integrantes (entre 6 y 12 años) de la orquesta Petits Mains Symphoniques, de Francia, que cerraron una de sus presentaciones subidos cada uno de ellos a sus respectivas sillas mientras ejecutaban a puro entusiasmo, pero sin perder ni el rigor ni la afinación, el clásico can can compuesto por Offenbach para la ópera Orfeo en los infiernos. O la delicadeza de la orquesta infantil Makochi Dulcemelos, llegada desde México con pequeños intérpretes del salterio, ese instrumento nacido en Asia Central hace 4000 años y que logró sobrevivir a todas las modas y etapas musicales.
A esas postales se suma este ensayo general, imagen viva del crecimiento del festival y de su creativa amalgama de estilos y expresiones: la música académica, los ritmos folklóricos o nativos de cada región, el jazz, la canción popular. Y hasta el rock. "Tocamos el rock y nos vamos", dice Merenzon, y los chicos gritan como si estuviesen a punto de salir al recreo. La directora artística convoca al podio a Dai Kimoto, un cordialísimo y siempre sonriente japonés de cabellera blanca que vive hace 35 años en Suiza. Con la cámara de fotos colgada del cuello, el director de la big band Swing Kids ensaya con su grupo y toda la orquesta en la versión de Rock alrededor del reloj que formará parte del repertorio del concierto final de hoy.
Cuando la pieza culmina entre aplausos, comienza la desconcentración, pero sólo en apariencia. Los pocos que aún no se fueron, junto a los residentes del hotel, tienen en ese momento la oportunidad de ver a los integrantes del Ensamble Juvenil de Instrumentos tradicionales de Afganistán, nueve jóvenes de no más de 16 años sentados en semicírculo, con atuendo occidental (jeans y zapatillas) y también dispuestos, con ayuda de la música y sin que el idioma aparezca como obstáculo, a intercambiar experiencias con sus pares de otros países. Es en este momento cuando cobra sentido integral una frase del director de la orquesta mexicana de salterios, Héctor Larios Osorio. "Para los niños, la música es un lenguaje. Pero también es un juego."
Un trabajo pedagógico
PUERTO IGUAZÚ.– Cada vez que aparece en el escenario una gran orquesta sinfónica integrada por chicos o jóvenes de América latina surge la mención del modelo creado en Venezuela por José Antonio Abreu, a partir del cual se logró que una multitud de futuros intérpretes convocados según tres premisas encaradas de modo integral a través de un modelo rigurosamente diseñado y ejecutado: la inclusión social, la educación y el desarrollo artístico.
No existe en la Argentina un emprendimiento equivalente al creado por Abreu en esa magnitud, pero sí manifestaciones parciales (y, por lo visto aquí, con resultados muy auspiciosos) que pudieron verse a lo largo del quinto Iguazú en Concierto. La provincia anfitriona, Misiones, se muestra cada vez más comprometida en ese objetivo, a partir del crecimiento del proyecto que gira alrededor del Centro de Educación Musical (CEMU), dentro del cual reciben preparación musical unos 2000 chicos de toda la provincia, muchos de ellos surgidos de entornos sociales y familiares con escasos recursos.
Lo mismo ocurre con el Sistema de Orquestas Infantiles y Juveniles de Jujuy, cuya orquesta es animadora del Iguazú en Concierto cada año. El elogiado trabajo pedagógico musical de su mentor, Sergio Jurado, va de la mano de un compromiso de rescate de chicos con dificultades sociales que mejoran su calidad de vida gracias a la formación artística en ese ámbito.
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