Opinión. La fuerza arrolladora del espíritu
Quien escriba sobre la vida musical de la ciudad de Buenos Aires durante el último medio siglo, cuenta con un nombre que deberá figurar sí o sí. Es el de Jeannette Arata de Erize. Hacer un recuento de lo mucho que le debe la cultura del país es hablar de lo que significa el Mozarteum Argentino, la organización de conciertos que preside prácticamente desde su fundación, allá por 1952, de la impresionante dimensión de sus ciclos anuales, de los apoyos incontables a jóvenes artistas, de la generosidad con que su atelier de París es puesto a disposición de músicos, escritores y plásticos, de sus delegaciones en ciudades de nuestras provincias, entre tantas otras ramas en que se abre un árbol tan frondoso. De ese amplio espectro, hoy querría dedicar este espacio a una auténtica hazaña, la de haber llegado a cumplir cincuenta años consecutivos con sus conciertos de mediodía.
Porque ofrecer algo gratuito no significa una garantía de supervivencia. Téngase esto muy en cuenta. Para mantener viva durante medio siglo la llama del interés colectivo por algo tan delicado y frágil como lo es la música instrumental y vocal de cámara, aunque también el sinfonismo suele tener su sitio, es preciso atesorar no sólo una vocación a prueba de balas, sino una sutil intuición para captar los cambios de gustos y de costumbres de una ciudad tan grande y diversificada como lo es Buenos Aires. En cincuenta años distintas generaciones han alimentado su sensibilidad con los conciertos del mediodía, donde no sólo los intérpretes argentinos sino la música de nuestros creadores han tenido un lugar a menudo vedado en ciclos integrados por solistas o conjuntos extranjeros, para quienes, como es hasta cierto punto comprensible, lo nuestro, la creación local, no existe. Pero esta es otra cuestión.
En el caso de los banquetes de mediodía, su creadora no sólo cuenta con una voluntad férrea para lograr sus objetivos, sino con la suficiente entereza para sortear cuanto obstáculo se le oponga. Con la ventaja de que Jeannette Arata también es dueña de una percepción sutil para saber hasta dónde puede llegar en sus inquietudes y para seleccionar en cada etapa de su gestión a quienes estén dispuestos a proveer los medios para llevarla a cabo. Buscar dinero para destinarlo al deleite espiritual de los otros, no siempre ha sido tarea amable. A veces algunas puertas se han cerrado con demasiada rudeza, según me confesó alguna vez.
Vaya aquí nuestro respeto por una obra ejemplar, que ya está instalada en la mejor historia de la vida musical del país.
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