La impronta del Cuchi
Ayer se cerró, en el Centro Cultural Borges, el homenaje al Cuchi Leguizamón. Lo impulsó, desde su dirección artística, Tatiana Kotzarew; lo organizó la talentosa pianista y compositora Lilian Saba; lo respaldó (incluso oficiando de presentador del ciclo de los domingos) la figura señera del pianista y compositor Manolo Juárez.
Hubo un lema tácito, no proclamado, como eco de su zamba más famosa: "Dónde iremos a parar/si se apaga Balderrama". El canto, la luz del arte. Porque parece que apenas la música y la poesía, con mayúsculas, nos están salvando -como una resistencia- de la tiniebla cultural, del naufragio en el que vemos precipitarse el país.
Músicos, sobre todo pianistas y cantantes -como muy bien lo diseñó Lilian Saba-, fueron sus protagonistas. Y si bien no se llegó a exhumar el riquísimo y más conocido repertorio de Leguizamón -en buena parte rescatado otrora por el estupendo Dúo Salteño- sí se pudieron repasar algunas obras emblemáticas del patrimonio cancionístico del portentoso creador.
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La figura del Cuchi Leguizamón crece y se agiganta con el paso del tiempo en su dimensión universal. El músico poeta dejó, como pocos, vívidos y trascendentes testimonios del hombre y la naturaleza. Pintó su aldea desde el amor y el humor.
El hombre está "a orillitas del canal" en esos mismos dueños del boliche Balderrama; está en el panadero don Juan Riera "que a los pobres les dejaba/de noche la puerta abierta"; en Maturana "chileno de nacimiento"; el Fiero Arias; el minero Marcelino Ríos; Juanito Laguna de la Navidad; Pedro islero; la Niña Yolanda de la Zamba de Lozano; Eulogia Tapia en La Poma; Santa Leoncia de Farfan, cantora de Yala; la Viuda del Rubio Soria; las Lavanderas de Río Chico; Rosa Mamaní de "Amores de vendimia"; en las zambas del guitarrero y de Don Balta(zar); en la moza y la zamba (si llegan a ser tucumanas, "ahogate en agua bendita/que ya ni el diablo te salva"); en la pobrecita de la Inecita, la solterona que "tiende ancho y duerme solita".
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El Cuchi hunde su ingenio en el "Carnavalito del duende" y su mirada en la "Canción del caballo sin jinete"; en el zorrito Juan del Monte; en el sapo de la chacarera "El rococo"; en la gata de la zamba. Dionisíaco, pergeña la "Canción de cuna para el vino"; iconoclasta, le canta "Coplas de Tata Dios"; filósofo, la "Canción del que no hace nada" y "De estar estando". Por fin su amor a la tierra pervive en "La arenosa" (la tierra cafayateña). Y es más vigente que nunca en las chacareras "Del expediente" y "De la patria financiera".
Leguizamón siempre regresa para salvarnos y asombrarnos.
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