La locomotora del son cubano
Recital de los Van Van liderado por Juan Formell. Nuevas funciones: el viernes 8 y el sábado 9, a las 21. La Trastienda, Balcarce 460. Desde $ 70.
Nuestra opinión: bueno
El perfume a hojas de menta y ron cubano flota en el ambiente. Un par de barras estratégicamente dispuestas, en las que vuelan los daiquiris y los mojitos, son el combustible para mantener al público encendido y bailando toda la noche. El ritmo enloquecedor e infatigable de los Van Van hace el resto. Son dos horas al febril compás de un songo machacante, veloz y duro, conocido como timba cubana, creado a fines de los 60 por Juan Formell.
La banda no visitaba el país desde hace ocho años. Sin embargo, no se notó el tiempo de ausencia y retomaron la conexión con el público porteño en el mismo pico de popularidad en el que lo dejaron. Con nueve conciertos programados (los últimos, este fin de semana), esta locomotora de son cubano no dejó más que cuerpos extasiados a su paso.
Los primeros compases de la orquesta, que significó una evolución en el concepto de las antiguas agrupaciones de música popular cubana, introduciendo la guitarra eléctrica, los teclados y los violines, elevaron considerablemente la sensación térmica de La Trastienda. En el escenario, las arengas sandungueras de los cuatro vocalistas (especialmente de Mayito Rivera, vestido de saco blanco como una suerte de James Brown de la isla) y las insinuaciones sexuales de algunas letras no hicieron más que subir la temperatura ambiente: en su momento, fueron esas canciones populares con la jerga de la calle, en las que se contaba la situación de las jineteras, lo que alteró algunos funcionarios de la revolución. Pero Formell nunca se fue de La Habana.
Bien arriba
En vivo la orquesta tiene la rara virtud de comenzar su faena bien arriba, con el compás sostenido de la percusión, el vibrante impacto de los bronces, el agudo timbre de las voces y ese enloquecedor ritmo sonero, que es una síntesis cruda del groove rockero, el latin jazz y la rumba. El cóctel rítmico de la orquesta, que tiene más de treinta años en el ruedo, es sencillamente explosivo y no apto para cardíacos o aburridos.
La performance sonora es impactante y no hay casi matices. Los temas pasan de la polirritmia del guaguancó al tempo sosegado de la guaracha y a ciertos aires de salsa romántica, que se refrescan con las inflexiones en clave santera más cercana a los estilos del Oriente cubano.
Como en un baile popular en el conurbano o una sala cuartetera en Córdoba, lo que importa en la timba cubana -que surgió como respuesta al invento de la salsa neoyorquina- es que los cuerpos se muevan desinhibidos y se genere un baile colectivo y provocador, en el que las mujeres bamboleen sus curvas y los hombres se arrimen peligrosamente, a pesar de ser perfectos desconocidos. Cuando el show termina, algunos fanáticos se anotarán a la segunda función del día para subirse nuevamente a ese tren de la alegría cubana.
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