La madurez del joven Cuarteto UCA
Concierto inaugural del ciclo de cámara organizado por Ars Nobilis, con la actuación del Cuarteto UCA , integrado por Humberto Ridolfi (violín), Elizabeth Ridolfi (viola), Pablo Bercellini (violonchelo) y Antonio Formaro (piano). Programa: Cuarteto N° 1 en Sol menor K. 478, de Mozart; Cuarteto en La menor, de Gustav Mahler; Cuarteto (1988), de Alfred Schnittke, y Cuarteto N° 3 en Do menor Op. 60, de Brahms. En el Auditorio Ameghino.
Nuestra opinión: muy bueno
Después de escuchar al Cuarteto UCA, pocas dudas podrá albergar el oyente sobre el fuego que anima a este grupo de jóvenes músicos. La despedida, con una página de Dvorak añadida como bis, fue la rúbrica genuina de los cuartetistas.
Todo lo que acometen estos cuatro músicos talentosos lleva el sello de una vocación legítimamente asumida, aplicando a fondo los valiosos medios de que disponen, lo cual lleva cada interpretación a un estimable grado de relevancia y brillo.
Ese entusiasmo -que los lleva a veces a la vehemencia interpretativa- puede llegar a apartarlos de los cauces de la contención clásica; pero, en principio, es en ellos índice de un espíritu común que se ha fraguado en una asidua frecuentación de las obras y la práctica camarística.
Cada integrante del Cuarteto UCA conoce su parte e interactúa con el resto con pasión unida a una inteligencia conjunta, haciendo del ajuste una resultante que parte de una unidad de criterio; de un auténtico equilibrio. Fue éste el rasgo que los hizo salir airosos al abordar un cuarteto con piano como el K. 478 en Sol menor, uno de los dos que Mozart compuso para esa formación -poco frecuentada en la historia de la música-, a mitad de camino entre el cuarteto de cámara y el concierto para piano.
De este último se advierte el piano dominante, que en las manos de Formaro adquirió una claridad en la articulación y el fraseo admirables desde el primer tema que destacó el carácter enérgicamente trágico del Allegro, enfatizado por el contraste resultante del tema lírico siguiente también diseñado por el piano. El contexto camarístico elaborado por las cuerdas, su trama dramáticamente intensa de tensiones armónicas y contrapuntos configuraron un lenguaje que en no pocos momentos preanuncia a Beethoven por su vigor expresivo, de allí la necesidad de definir un distinto "peso específico".
Gran calidad camarística tuvo el Adagio, con frases de pulida sonoridad y gran intensidad expresiva; y una vitalidad aérea y jovial el Rondó final en el que se apreció el grado de ajuste y equilibrio que anima a cada uno de los instrumentistas de este grupo.
Los dos cuartetos que siguieron, el primero de Mahler y el segundo debido a Schnittke, ligados por una motivación común aunque separados por más de un siglo, dieron una impresión más acabada de las potencialidades del Cuarteto UCA.
Intensa expresividad
El Cuarteto en La menor (1876), de Mahler, única composición camarística que dejó el compositor, es una obra de juventud en la que se advierte la influencia de los románticos alemanes; está imbuida de una libertad formal que se traduce en un intenso lirismo en las cuerdas, presididas por el violín, rasgo al que Humberto Ridolfi dio excelente expresión, seguido por el violonchelo y la viola, a los que el piano brindó adecuado sostén armónico.
Como señala Formaro en el comentario del programa de mano, el Cuarteto con piano (1988) de Alfred Schnittke ejecutado a continuación estuvo motivado por el intento de continuar los dieciséis compases del Scherzo que Mahler dejó inconcluso. Aunque el lenguaje de Schnittke es contemporáneo, su impulso expresivo resulta neorromántico en su exasperado lirismo.
Las variaciones que presenta van ampliando la expresión sonora, otorgando a la idea inicial a una vastedad musical inusitada en cada variación, mientras genera un clima de inquietante inestabilidad, ansiedad y opresión emocional con el empleo de semitonos en forma de canon sonoro en las cuerdas. Su recreación fue un mérito de los cuartetistas. Los progresivos glissandi de las cuerdas y los clusters en el registro grave del piano llevaron en esta versión a los oyentes hacia una visión sonora de lo pavoroso.
Restaría aún un nuevo giro interpretativo del grupo, pero esta vez en las zonas del romanticismo clasicista: el Cuarteto en Do menor, de Brahms, fue vertido con su justa carga emotiva por la calidad del sonido empleado, la densidad armónica lograda y el sólido entramado que su lenguaje propone.
La gravedad de la expresión un tanto sombría del comienzo, a la que el piano aportó un ritmo de sólidos acordes y logrado dramatismo en el bajo, y en el exhaustivo desempeño de las cuerdas. El Scherzo, vehemente e incisivo, tuvo un episodio central que el violín y la viola interpretaron con una expresión fervorosa, casi mística.
En el Andante, el chelista Pablo Bercellini logró uno de los mejores momentos de la noche con su solo inicial, de bella sonoridad y expresión al que se acopló luego el violín en un diálogo imbuido de tierno lirismo.
Precisos en los ensambles y en los diálogos instrumentales, como el que Brahms propone en el movimiento final de la obra, tanto Ridolfi cuanto Formaro lograron un dúo perfecto, de intensidad expresiva. La intensidad de Brahms tuvo en el Allegro final una expresión de inusual belleza.
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