Los Conciertos del Mediodía regresaron
Recital de Christopher Hinterhuber, piano. Programa: Schubert: Sonata en la menor, D.845, Op.42; Beethoven: 15 variaciones y fuga, op.35 "Heroica". Conciertos del Mediodía del Mozarteum Argentino. Teatro Gran Rex.
Nuestra opinión: muy bueno
Los aniversarios adquieren una significación diferente en sus dimensiones temporales si la cuenta se hace hacia futuro. Por ejemplo, decir que los Conciertos del Mediodía iniciaron este miércoles su cuadragésimo quinto año suena a importante, a trascendente y, por supuesto, a merecedor de todos los aplausos. Pero su valor tiene otras proporciones si fantaseáramos que un ciclo musical que nace hoy, en 2004, va a continuar indemne, poderoso, convocante y sólido en... 2049. Aunque no habría más que preguntárselo a ella para obtener la respuesta, podría suponerse, sin que haya demasiado margen para alguna equivocación, que Jeannette Arata de Erize no se debía haber imaginado, allá lejos, en 1959, que su propuesta de ofrecer música gratuita a la hora del almuerzo habría de ser tan perdurable.
En éste, el primer concierto de la mencionada 45ª temporada, el público acudió masivamente hasta colmar las instalaciones, no precisamente pequeñas, del Gran Rex. El honor de la apertura recayó en Christopher Hinterhuber, un joven pianista austríaco con muchos premios en su haber, quien, para hacer más interesante la propuesta, programó dos obras de dos compositores que, con muy distinta fortuna, vivieron y desarrollaron su música en Viena, a comienzos del siglo XIX. En primer término fue la Sonata en la menor, D.845 de Schubert, de 1825, y después, las Variaciones "Heroica", de Beethoven, de 1802, cuyo apelativo se debe a que el tema y sus tres primeras variaciones fueron tomadas por el compositor para abrir el último movimiento de la Sinfonía "Heroica" concluida al año siguiente.
En la comparación de ambas obras, la interpretación schubertiana de Hinterhuber fue mucho más interesante y mejor lograda. Sin apresuramientos, apoyándose en una técnica descomunal, se detuvo pacientemente para recrear los pormenores y los ínfimos detalles de una obra extraordinaria. Después de todo, en estos años casi finales de su vida, Schubert estaba en su plenitud, descubriendo nuevos modos de elaborar el discurso musical, con progresiones armónicas y texturas inusuales, despegándose de rigores formales, con planteos dramáticos novedosos, no necesariamente beethovenianos, y ciertos pianismos que no eran habituales. La ejecución de Hinterhuber fue, decididamente, muy convincente.
Con las Variaciones de Beethoven, en cambio, pareció más predispuesto a despertar el asombro por la exhibición de una técnica apabullante que en revelar los misterios que pueblan la partitura. Indudablemente, la ejecución fue electrizante y los aplausos que le continuaron, estruendosos y merecidos. Pero Beethoven no es Paganini y su música no debería ser tomada como una excusa para fuegos artificiales. Algo similar ocurrió con el segundo de los dos estudios en la menor, del Op.25, de Chopin, tocado fuera de programa, que pasó como una ráfaga realmente impresionante pero sin que se encontraran los pasajes de alta musicalidad que están escondidos entre tanta nota.
Si antes del comienzo del concierto los concurrentes habían ido llegando lentamente, en dosis progresivas, la salida, por supuesto, aconteció en un mismo instante. Fue en ese momento cuando la inmensidad del público, saliendo hacia la avenida Corrientes adquirió su verdadera amplitud. Algo similar a lo que sucede cuando se observan los impactantes cuarenta y cinco años de los Conciertos del Mediodía, no importa ya si en consideración a los que pasaron, con todo lo que han implicado, o a los que, ojalá, pudieran llegar a venir.
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