Los dones del beatle silencioso
Era el beatle más sosegado, el más silencioso de los cuatro, el menos tentado por las luces del show, los coqueteos con la prensa y las estridencias que producía cada aparición pública de la agrupación, no importa si se trataba de una actuación en vivo, un encuentro con los periodistas o una salida por el centro comercial de Londres. Todo era revuelo, frenesí, desmesura. En medio de esa revolución pop, del asedio de los fans y del zumbido de los hombres de negocios, del vértigo de los conciertos y las giras, George Harrison se mantenía en pie sin hacer alharaca, apenas acompañando con su cara de niño bueno y mirada mansa los estragos que sus compañeros de andanzas (muchas veces superados por la situación; muchas más, profesionales de la provocación) hacían a cada paso.
Esa discreción lo ayudó a resguardarse sagazmente en los segundos planos de la escena musical, un poco ajeno a los celos y los pequeños enfrentamientos que poco a poco fueron introduciéndose en esa batalla de egos que fue la relación entre John Lennon y Paul McCartney. Sin embargo, dejó su marca en toda la obra de los Beatles. Y, es sabido, fue él quien abrió las puertas de la meditación cuando decidió aproximarse al maharishi y a la filosofía hindú, después de haberse abandonado a la psicodelia y al consumo de anfetaminas no como un gesto puramente hedonista, según precisó luego, sino en la búsqueda de la ampliación de la conciencia.
No extraña que "All things must pass", el álbum que editó como solista después de consagrarse un tiempo a la investigación en los estudios de grabación, reuniera parte del abundante material compuesto por Harrison cuando aún era miembro de la banda y sus invenciones debían esperar su turno, demoradas por la fecunda imaginación de Lennon y McCartney. Las dos placas que precedieron a ese álbum fueron registradas en Zapple, un apartado del tradicional estudio de los Beatles donde años más tarde trabajarían John y Yoko. La primera de ellas era la banda sonora de "Wonderwall", película que reproducía la atmósfera hippie, una partitura de sonoridad amable en la que Harrison volcó sus investigaciones y aprendizajes de la música hindú mientras escribía en Bombay. La segunda es "Electronic aound", una serie de ensayos musicales con abundantes sintetizadores.
Ninguno de esos álbumes despertó, desde luego, el menor interés comercial, como sí lo haría "All things must pass" con su elenco multiestelar: Bob Dylan, Eric Clapton, Ringo Starr, Billy Preston y un jovencísimo Phil Collins, quien no aparecía en los créditos. Esa placa lo convirtió en el primer beatle en obtener un triunfo resonante con "My sweet lord", que trepó al primer puesto de los charts.
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Le pregunto a Claudio Kleiman, guitarrista y uno de los críticos más agudos de música popular con que cuenta nuestro país, cuál fue la contribución esencial de Harrison a los Beatles. Dice que son básicamente dos: la primera se manifiesta desde el comienzo de la agrupación y es su desempeño como primera guitarra; luego, su creciente aporte autoral, que alcanza su culminación en "Abbey Road". Kleiman lo resume de este modo: "Sus composiciones fueron aumentando en calidad y número hasta llegar a ese álbum, donde Harrison es responsable de "Here comes the sun" y "Something", dos canciones que pasan a integrar el catálogo beatle".
En cuanto a su contribución como primera guitarra, Kleiman advierte que es muchas veces imperceptible. "Pero durante los primeros tiempos, cuando el grupo mantiene una formación tradicional de cuarteto que después se enriquecería en los estudios de grabación, es Harrison el responsable de toda la ornamentación musical. Es también él quien introduce en la música rock el solo preparado con anticipación, que quiebra la tradición de la improvisación. Y es también quien introduce en el género la guitarra slide, un elemento que extrae del blues, a veces utilizándola como instrumento melódico. En cierto modo, la guitarra slide le permite hacer otro de sus aportes decisivos: con ella Harrison procesa sus conocimientos de la música hindú, que recogió como discípulo de Ravi Shankar."
Quiero saber si la carrera solista de Harrison tuvo momentos de esplendor. Kleiman quiere ser generoso con alguien que acaba de abandonarnos y cuya partida sentimos que es la de un buen amigo, pero su respuesta es puro rigor: "Son tres esos momentos. El primero fue "All things must pass", su gran disco solista de 1970. Diecisiete años después llegó "Cloud nine", producido por Jeff Lyne, guitarrista de la Electric Light Orchestra. Y poco después Harrison se integró a los dos álbumes grabados por los Travelling Wilburys". En esa agrupación fantasmal, puesta en marcha con mucho espíritu de juego, Harrison se asoció con Jeff Lyne, Bob Dylan, Tom Petty y Roy Orbison.
Queda, desde luego, el hombre entregado a la meditación después de haber fatigado la experimentación química. Escribe esto en plena madurez: "Sólo tenía 23 años cuando hicimos "Sgt. Pepper" y ya había viajado a la India y probado el LSD, e iba camino hacia el trascendentalismo. Tras un período de aprendizaje tan intenso y tanto éxito con los Beatles y de darme cuenta de que aquello no era la respuesta, me pregunté: "¿Qué es todo esto?". Y entonces, sencillamente, comprendí la idea de Dios".