Música clásica. Los juegos de la fantasía
No siempre tenemos la suerte de que un compositor deje escritas las motivaciones, propuestas y realizaciones puntuales de alguna de sus creaciones. Britten lo ha hecho con "El sueño de una noche de verano", que se repone en el Colón a partir del próximo martes, y le quedamos muy agradecidos, por lo que nos cuenta y por todo aquello que nos sugiere. El resto lo pondremos nosotros, los espectadores, con nuestras propias fantasías de forestas misteriosas y noches de plata, forjadas en la lectura del universo mágico de Shakespeare. Pero también lo pondrán sus realizadores, desde directores y técnicos hasta los cantantes convocados. Las óperas, lo sabemos todos, son el resultado de la suma de creatividad y empeño de decenas, y hasta cientos, de personas. No sólo del compositor, que es, por supuesto, el fundamental.
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Fue el 5 de junio de 1960, unos días antes del estreno ocurrido el 11 de ese mes, cuando Britten nos habla de su "A Midsummer Nights s Dream" en un artículo aparecido en The Observer. Tratándose de un obra que siempre amó, confiesa no haber tenido el menor remordimiento en cortar la mitad de la pieza de Shakespeare para dar a la suya una adecuada dimensión y estructura musical. Y esa carencia de culpa se debía no al de- samor, sino al convencimiento de que "El sueño de una noche de verano" habrá de sobrevivir para la eternidad, más allá de lo que cualquier otro creador resuelva hacer con ella. Y señalemos que en el curso de siglos ha sido puesta en música por no menos de diecisiete autores de la escena lírica, con Purcell entre los primeros.
Pero hay algo más que interesa en sus declaraciones: "No me ha detenido tampoco la idea de abordar una obra literaria cuyo texto es ya extremadamente musical, puesto que la música de Shakespeare y la mía no intervienen sobre el mismo plan, no se contraponen". Con tal criterio Britten acude con total libertad a todos sus recursos para caracterizar los planos de la intriga: el mundo de los elfos, espíritus aéreos manejados por Oberón y Titania; el grotesco hasta la vulgaridad de los "rústicos" y la humanidad de las parejas de enamorados. Al fin y al cabo todos, en los tres órdenes, regidos por la ilusión y la fantasía.
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Para tan variado cosmos, Britten se vale de dos de sus platos fuertes. Uno es el que se relaciona con las estructuras escénico-musicales, que en este caso son de una sorprendente creatividad y rigor formal, como si hubiera sentido la exigencia de poner un orden en el caos que vincula a elfos con humanos. Ya en el primero de los tres actos plantea una estructura simétrica sobre cinco secuencias en forma de abanico, mientras el segundo es una passacaglia ampliamente desplegada. El otro de los grandes resortes de su arte radica en la imaginación orquestal, esa orquesta que en Britten es de memorable intensidad, y que aquí le permite subrayar climas ineludibles, como la sugestión del bosque y de la noche, que llama a la libertad y a la alegría de soñar. De paso, al subrayarnos de qué manera las relaciones consideradas anormales y grotescas por la sociedad en general (en este caso, Titania y Bottom con la cabeza de asno), pueden ser bellas y de una gran ternura para quien las vive, nos está requiriendo Britten comprensión y humanidad para sí mismo.
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