Magia piazzollesca: una voz, una banda y el amor al tango
En el Teatro Colón, en el marco del ciclo LN Cultura, el sexteto liderado por el nieto de Ástor y la cantante cerraron la serie de conciertos consagrados al autor de "Adiós Nonino"
Igual que Jaime Roos con Montevideo, George Gershwin con Nueva York y João Gilberto con Río de Janeiro, Astor Piazzolla supo condensar, con maestría, la esencia de una ciudad en sus composiciones. La música de Piazzolla es Buenos Aires y por eso fue el Colón -su escenario más emblemático, sublime y consagratorio- el teatro elegido para el concierto, por estar a la altura de su estatus de clásico.
La presentación de 3001 Proyecto Piazzolla en el máximo coliseo porteño, y dentro del ciclo LN Cultura, marcó el punto final para un periplo que, en el último año, llevó a Elena Roger y a Escalandrum a Canadá, Noruega, Francia, España, Israel, Brasil, Chile, Uruguay y a casi todas las provincias argentinas. Un encuentro tan inesperado como fructífero y exitoso. Aunque pueda parecer una genialidad marketinera for export (el grupo del nieto de Ástor junto a la cantante argentina que protagonizó Evita en Broadway), el cruce entre Escalandrum y Elena Roger fue casi azaroso. Para una presentación en Mar del Plata, a Elena le fallaron sus músicos y la producción del espectáculo le pidió al sexteto que, por favor, intentara hacerle las veces de banda de apoyo. Aunque casi no ensayaron para ese primer show, todo salió a la perfección. Y desde entonces todo fluyó. Lo que parecía un affaire de verano terminó consolidándose como un romance que dio sus frutos discográficos: a fines del año pasado editaron un disco notable. No es sorpresa, entonces, que se hayan ensamblado con tal perfección a tal punto que tendemos a pensar que, como esas parejas de felicidad cinematográfica, estaban hechos el uno para el otro.
Con el cartel de "entradas agotadas" colgado en las boleterías, el Teatro Colón permitió disfrutar, de un modo inmejorable, este cruce que celebró y reinventó la música de uno de los máximos compositores argentinos. En consonancia con el calendario, "Primavera porteña" fue el punto de inicio de una velada cargada de emoción. Desde el imprescindible Piazzolla Plays Piazzolla (2011), la aproximación de Escalandrum a la música de Ástor es, esencialmente, renovadora. Al prescindir del bandoneón y del violín -dos sonoridades características, emblemáticas y centrales en su música-, lo que impacta de sus versiones es el modo en que el sexteto aprovecha al máximo los recursos de cada instrumento. En este caso, con una impronta percusiva inicial que desembocó en uno de los solos notables que Gustavo Musso hizo con el saxo soprano.
Para el segundo tema hizo su entrada Elena Roger, quien lució su panza de unas 16 semanas. Arrancó, sutil, con "Los pájaros perdidos" -con letra de Mario Trejo-, acompañada por el piano de Nicolás Guerschberg. Cuando se acopló el resto de la banda, se generó una energía lindante con lo rockero. El modo en que irrumpió Escalandrum fue apabullante.
"Es muy emocionante ver este teatro todo lleno desde arriba hacia abajo", celebró Roger. "Y compartir este proyecto con el Pipi Piazzolla -agregó-, que es un gran líder, y con estos músicos es un gran disfrute".
La versión de "Chiquilín de Bachín" remarcó la impronta de jazz de Escalandrum. El sexteto mutó para convertirse en trío, con el contrabajo de Mariano Sívori en plan walkin', y acompañar a la cantante con una dinámica intimista, con la que transformaron el Colón en un club de jazz mientras se oyó "Chiquilín, dame un ramo de voz, así salgo a vender mis vergüenzas en flor".
Con letra de Pino Solanas, "Vuelvo al sur" marcó otro de los picos emotivos del programa, especialmente por la intención, siempre dramática y teatral, que proyectó la interpretación de Elena Roger. La precisión y la voracidad trascendieron su voz y se trasladaron a cada una de las canciones que interpretó.
Luego llegó el turno del discurso del Pipi. Emocionado, recordó el concierto de su abuelo Ástor en ese mismo escenario en 1983, acompañado por su noneto y por la Filarmónica de Buenos Aires. E hizo hincapié en la belleza del gesto de invitarlo a él (un pibe de 11 años por entonces) a una noche tan importante y en una instancia que requiere concentración y liderazgo. "Es algo que, a la distancia, valoro mucho", contó. "En el programa de ese concierto me escribió: «Para Danielito, mi querido nietito, no te olvides nunca de la noche en que tu abuelo triunfó». Él ya estaba tocando en los grandes teatros de todo el mundo y era reconocido en todo el planeta. Pero para él tocar en el Colón fue su triunfo. Fue lo máximo que le pasó en la vida", contó, y la sala estalló en aplausos.
Lo que siguió fue una seguidilla de emociones. La "Milonga de la enunciación", que formaba parte de la ópera María de Buenos Aires, le dio paso a "Oblivion", cuya letra en francés provocó los momentos más románticos del recital, con un precioso solo de Damián Fogiel en saxo tenor. La versión de "Libertango" desembocó en un guiño al bebop, con otro solo memorable de Musso, en este caso con el saxo alto.
Nicolás Guerschberg, responsable de los arreglos del proyecto y recién llegado de Japón, contó una anécdota que agigantó, aún más, la figura de Ástor. "Estaba en la casa central de Yamaha, un edificio imponente. En uno de los pisos tienen en exhibición partituras y discos. Están Mozart, Beethoven, Brahms, Mahler y Piazzolla". El teatro estalló en otro aplauso cerrado. La "Balada para mi muerte" y el "Preludio para el año 3001" marcaron el fin del concierto, pero hubo tiempo para más. A la hora de los bises, el propio Guerschberg, a piano solo, se despachó con una notable introducción a la obra cumbre de Ástor, "Adiós Nonino". Se destacó, especialmente, el clarinete bajo de Martín Pantyrer, que no sólo tocó la melodía, sino que deslumbró con un solo lleno de lirismo e inventiva, con climas cinematográficos, que derivó, nuevamente, en el leitmotiv melódico del tema.
La "Balada para un loco", de Horacio Ferrer, le permitió a Elena Roger desplegar toda su personalidad y su histrionismo. De algún modo, este proyecto logró sintetizar sus orígenes en el barrio arrabalero de Barracas y proyectar esa esencia de adoquines hacia los públicos del mundo que apreciaron su trabajo en Evita o Piaf. Escalandrum, por su parte, hizo honor al título de uno de sus discos, Sexteto en movimiento. Fue una usina de sonidos y melodías que funcionó de memoria, porque lo que los une es una amistad profunda que se traduce en la más maravillosa de las músicas. A casi 20 años de su formación, Escalandrum sigue siendo un grupo vital, original, que escapa a los cánones y le aporta una visión personal y jazzística a la música argentina. En esta aventura concreta con Elena Roger, ambos salieron potenciados. Y las audiencias, agradecidas.