Más teatro musical que ópera
"El rey Kandaules" , ópera con libreto y música de Alexander von Zemlinsky, sobre la obra homónima de André Gide, con Hakan Aysev (Kandaules), Peter Edelman (Giges), Nina Warren (Nisia), Luciano Garay (Fedros), Carlos Bengolea (Sifax), Ricardo Cassinelli (Sebas) y elenco. Orquesta Estable del Teatro Colón. Régie: Marcelo Lombardero. Iluminación: Roberto Traferri. Dirección: Günther Neuhold. Teatro Colón, función de Gran Abono.
Nuestra opinión: Muy bueno
Con discursos que no son plácidos y con estéticas, propuestas dramáticas e ideas argumentales que difieren notablemente de los modelos anteriores, las óperas del siglo XX, aún antes de la apertura del telón, parten con desventajas serias. A una ópera "moderna" no se le disculpará absolutamente nada. La situación es más difícil aún, si el drama a presenciar es desconocido y su autor, como es el caso de Zemlinsky, no goza de gran renombre. A pesar de todo, no era de imaginar que el panorama del estreno de "El rey Kandaules" iba a ser tan desolador. Pocas veces se recuerda una platea tan deshabitada y palcos y alturas tan desiertos en una función de abono. Asimismo, la exigüidad se incrementó con la deserción de público ocurrida durante el intermedio. Por último, quienes permanecieron hasta el final, superando el fastidio ocasionado por una larguísima postergación inicial (ver nota aparte) mostraron cierta satisfacción. Claro, no había tantos generadores de aplausos y de bravos.
La historia de "El rey Kandaules" es irritante. Sus personajes son irredimibles. A través de ellos, desfilan, uno tras otro, todos los pecados capitales, entremezclados, además, con patologías y perversiones varias. Incluso los personajes más nobles terminan demostrando sus peores costados. Sin duda, entre una ópera tradicional y ésta no hay puntos de contacto, comparación que no implica, obviamente, una valoración o una calificación. Porque, hay que decirlo claramente, "El rey Kandaules" es un drama musical de alta teatralidad y de muy buena construcción musical.
Zemlinsky no se sale de los marcos de la tonalidad y se maneja con recursos armónicos propios del romanticismo tardío, con una hipercromaticidad armónica que no avanza más allá de aquella que puede encontrarse en las óperas más célebres de Richard Strauss. El canto fluctúa entre diferentes modos de un parlado expresivo que ni siquiera se acerca al Sprechgesang de Schönberg y se combina, por momentos, con el discurso hablado. La continuidad está dada, fundamentalmente, por la orquesta que, dentro de este planteo musical-teatral, funciona casi como una proveedora de muy buena música incidental. El libreto es tan duro como poético y la ópera no da respiro. La tensión dramática y la incertidumbre dominan la acción y, en sintonía, la puesta de Marcelo Lombardero funciona muy bien.
Imagen pictórica
El escenario, amplísimo, minimalista y casi desierto, está dominado por las líneas rectas, casi como una concreción espacial de un cuadro de Mondrian, un contemporáneo de Zemlinsky. Los cambios lumínicos, muy oportunos, alteran situaciones, otorgan significados y contribuyen a romper cualquier rutina. El vestuario es atemporal y lo oriental, más allá de lo argumental, está denotado, apenas, por las babuchas y los feces de los sirvientes. Por lo demás, las proyecciones sobre el fondo o sobre la gasa del proscenio, rompen con la linealidad esencial, agregan simbolismos y contribuyen a componer un cuadro general de gran belleza visual.
Dentro de una historia de exhibicionismo, matizada con buenas dosis de voyeurismo, alardes machistas y erotismo, Lombardero no se viene con pequeñeces y presenta desnudos plásticos y apropiados. Con todo, resultó extemporánea la escena de Sebas manoseando explícitamente los senos de Trido, que, por otra parte, parece extraída de un cuadro casi idéntico de "Lady Macbeth de Mstensk", de Shostakovich, en el film de Petr Weigl. Pero los movimientos, las marcaciones actorales y el cuidado general son dignos de encomio.
La falencia principal de este "Kandaules" es, precisamente, Hakan Aysev, el tenor turco que tiene a su cargo el protagónico. Si bien su actuación y ubicuidad son convincentes, su volumen es escaso y, por lo tanto, monocorde, carente de variantes y, por momentos, indistinguible. Si el drama del rey es la revelación o el ocultamiento de la felicidad, pues ha sido la calidad de su voz la que no ha podido ser develada. No puede sino lamentarse que ese papel no le haya sido otorgado a Carlos Bengolea, uno de los invitados al banquete, que despliega su acostumbrada gran vocalidad y su musicalidad. Sin lugar a dudas, es Nina Warren, la degradada reina Nisia, quien se destaca ampliamente por sobre todos sus colegas masculinos, con un canto esplendoroso, firme, variado, convincente y pleno. Como Giges, el barítono Peter Edelman da con el physique du rôle, aunque a su voz no le sobró nada y sus actuaciones fueron muy estereotipadas. El resto del elenco se ajusta a los requerimientos y cumple con corrección. El director Günther Neuhold, por su parte, extrae lo mejor de una orquesta estable que no acostumbra tocar con tanta eficiencia y sin sobresaltos.
"El rey Kandaules" no es una ópera heroica. Es una obra de teatro musical intenso, con excelente música y con una muy buena puesta, rebosante de imágenes bellas y de contenidos simbólicos. Tal vez, sabiendo esto, el público decida acudir y colabore para que el Colón presente un paisaje menos hostil que el del estreno.
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