Misterios de la interpretación
Es probable que más de una vez el oyente se disponga a escuchar a un instrumentista, un cantante, una orquesta o un coro, con sus respectivos directores, sin detenerse a pensar que cada uno de esos músicos se ve a menudo sometido a crisis de interpretación, es decir, a mutaciones de orden espiritual que lo obligan a enfrentar una elección de caminos. Desde luego, si el intérprete es ya conocido, el oyente advertirá algún cambio; lo que desconoce es la profundidad del proceso que se ha desarrollado en la intimidad de ese músico.
Desde un punto teórico, la cosa no parece tan complicada, pues los investigadores -que para eso están- han logrado establecer claramente, al menos como hipótesis de trabajo, tres grados o momentos del proceso de interpretación musical. El primero, definido como de índole filológica, es aquel en que se toma contacto con el texto, con los signos, con los elementos rítmicos, dinámicos, agógicos, tímbricos, contenidos en cualquier página de música. La segunda fase es crucial, y puede definirse como crítico-estética, porque el intérprete, iluminado por la propia facultad intuitiva pero también por la aproximación al mundo histórico-biográfico y crítico-estilístico que envuelve al compositor que busca interpretar, intenta arribar a la íntima posesión de los valores estéticos contenidos en la obra. Y es crucial porque escapa a una regularidad matemática. Ahí entran en juego la sensibilidad, el temperamento, la formación cultural, la edad, el gusto, la fuerza de las raíces del ejecutante. Demasiados condicionamientos que lo hacen receptivo o reactivo al mensaje profundo del compositor que se quiere recrear.
El tercer momento corona toda aquella tarea previa. Es el de la ejecución ante el público, el instante de la conversión del texto a la realidad viva y palpitante de los sonidos.
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Presentado así, como si se tratara sólo de un arduo camino que debe recorrerse para llegar a la meta, no habría nada de misterio. Sería el resultado de la armónica correspondencia entre condiciones naturales que se desarrollan con el ejercicio, el estudio y la experiencia. Pero luego están las profundas crisis de crecimiento y demás imponderables que cada uno atesora en su espacio interior. Es entonces cuando el misterio parece entrar en juego. El intérprete no arriba de una vez y para siempre a una concepción de la obra de arte, ya que operan a su alrededor las percepciones de otros intérpretes, las dudas y todos aquellos elementos de maduración que conducen al pleno desarrollo de la propia personalidad. Se ha señalado que los supuestos poderes mágicos que se atribuían a Toscanini consistían en la afiladísima y operante técnica de "transmisión" del propio sentimiento y visión interpretativa sobre sus huestes (orquesta, coro, solistas). Una técnica que se coloreaba de ribetes prodigiosos por cuanto sentimiento y visión se reavivaban en el momento mismo de la ejecución. Un tema éste demasiado rico, que apenas es posible insinuar en el marco de los 3000 caracteres de que dispongo para esta columna. Aunque debo decir que a menudo hago trampa y me excedo. Como ahora.
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