Montevideo celebró con una fiesta sin fin
Nueva edición de "Una noche de paz"
MONTEVIDEO.- Jaime Roos y Luis Alberto Spinetta en brillantes actuaciones. La escena del rock vernáculo bien representada por algunas de sus bandas. Escenarios con propuestas de salsa, tango, blues, jazz, folklore y electrónica. Teatro callejero, cine independiente, danzas y fogones para amortiguar el fresco de una trasnoche frente al río.
Todo esto desde el sábado por la tarde hasta ayer a la mañana, en 14 horas de música e imágenes que protagonizaron una de las fiestas montevideanas que no paran de crecer año tras año.
"Una noche de paz" surgió en 1999 como una celebración de fin de año de la radio X FM. La idea de considerarla " la fiesta final" pareció ofrecer una doble lectura. Por un lado, una especie de despedida de la emisora; por otro, el cierre del milenio. Pero lo cierto es que el encuentro, que va por su cuarta edición, ya tiene su lugar dentro del calendario de la ciudad. Desde el primer festival la asistencia de público se multiplicó varias veces y este año superó la convocatoria de 2001, que había pasado las 30 mil personas.
La anterior se realizó en la península de Punta Carretas, en torno del pintoresco faro, con cuatro escenarios principales, bares con música en vivo y puestos de comida. Pero los pronósticos para 2002 eran lo suficientemente alentadores como para mudar el festival a un lugar más amplio, de 45.000 metros cuadrados, con dos extensas pasarelas ubicadas en las canteras del Parque Rodó: una sobre la rambla y otra que corría entre el cerro y el lago que da al Golf.
Allí la X FM (con el apoyo de la Comisión de Juventud de la intendencia municipal) asentó estructuras metálicas, carpas y barras para los 18 boliches y restopubs que funcionaron en simultáneo con un gran desfile de grupos de todos los estilos.
A diferencia del año anterior, que recibió bastante público familiar, la IV edición contó con la masividad juvenil, pero sin agotar las propuestas artísticas a los gustos de la mayoría. Con la mayor "tolerancia" -según la inscripción que figuraba en las remeras del personal de seguridad- desde la caída del sol hasta el amanecer el predio ofreció una amplia variedad de postales. El cerro fue copado por amantes de la música electrónica, pero del otro lado del lago un sendero de antorchas tornaba el paisaje más telúrico. Si alguien se cruzó en el camino con caballos, ovejas y un asador criollo, no debió dudar de su vista. Todo era parte de la oferta.
Así fue que la mixtura le permitió a un grupo de motoqueros estilo Hell Angels aparcar sus potentes máquinas a metros de Americanto, el rincón folklórico. Y a pesar de que los sectores fueron definidos de antemano, con el paso de las horas todo se convirtió en una masa de gente que se trasladaba de un lado a otro según lo que mejor estimulara ojos y oídos.
Con mate y termo bajo el brazo o cerveza a precio promocional, sólo era cuestión de peregrinar para que la suerte y los programas de mano guiaran el recorrido artístico.
Cuando el sol se retiraba de las canteras, Fernando Cabrera certificó su talento como creador. Y a pesar de que durante todo el show su voz luchó contra el volumen de los escenarios cercanos fue posible apreciar sus versos más alumbrados.
La cercanía entre un boliche y otro, a veces separados apenas por unos cuantos metros, contribuyeron a la contaminación sonora, que no siempre permitió disfrutar de los artistas. Sin embargo, algunos supieron captar la atención e imponerse. El trío Fattoruso dejó, como es habitual, su talento, experiencia y solidez. La Tabaré se ganó en buena ley el pogo de sus fans. El Cuarteto de Nos llevó el histrionismo de sus letras. Antonio Birabent acercó al público uruguayo sus últimas canciones. De madrugada, Pappo calentó el ambiente del sector rockero y Los Pusilánimes, del otro lado del predio y con Hugo Fattoruso a la cabeza, desplegaron su virtuosismo instrumental.
Los mejores momentos del encuentro llegaron con la música de un par de veteranos. Jaime Roos descargó sus grandes éxitos. Cada tema fue una verdadera celebración de recuerdos que no pierden vitalidad en esa banda temperamental que lo acompaña.
Minutos antes, Luis Alberto Spinetta había ofrecido un show muy similar a los que viene presentando en la Argentina. Guitarra, voz y teclados para temas de Almendra, piezas de sus discos como solista y "Las cosas tienen movimiento", de Fito Páez. Su despedida, con "Los libros de la buena memoria", fue la mejor invitación para que la vista se fuera sobre el río en busca de las luces de la orilla montevideana. Un lujo para uruguayos, envidia para argentinos.
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