Música popular. Morocha navideña
La historia se asemeja al argumento de una vieja película musical, o al de "Moulin Rouge 2", si alguna vez se filma: joven pianista y bailarín obsesionado con hermosa vedette, algo ebrio en una fiesta de Nochebuena, acepta el desafío de unos compadritos a escribir un tema para ella en pocas horas, crea la melodía, consigue poeta y la enamora con la pieza, que luego sirve para que a las mujeres se les permita cantar tango en salones familiares y, distribuida su partitura por cadetes en viaje de bautismo, se convierte en un favorito de toda Europa.
Si no exactamente así, ocurrió de manera bastante parecida hace cien años en Buenos Aires, cuando la noche de Navidad de 1905 una tal Lola Candales estrenó en un peringundín de Lavalle y Reconquista "La morocha", mezcla de aria de zarzuela, tango, habanera y canción campestre que Enrique Saborido había compuesto esa misma madrugada para que Angel Villoldo agregara algunos versos antes de mediodía, a tiempo para poder ensayarla y tener ganado el reto al anochecer.
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"La morocha" volvió más respetable al tango vocal pero no a su inspiradora, que todos coinciden en que era morena, bellísima y uruguaya, pero discrepan en si lo que mejor hacía era bailar, cantar o simplemente animar farras en lugares indecentes. No existen datos de una carrera escénica previa a aquella gran noche de Navidad y tampoco parece que la Candales obtuvo de su creación otro beneficio que los doscientos pesos con que la premió un diputado enardecido.
La mañana que Saborido se le apareció con la urgencia de un texto para ser cantado dentro del día, el novelesco Angel Villoldo -fue resero, payador, clown, dramaturgo, periodista, músico-orquesta, revistero y tipógrafo de este diario durante siete años- ya tenía compuestos los tangos más exitosos de la época: "Cuidado con los 50", "El esquinazo", "El porteñito" y "El choclo", estrenado semanas antes sin los versos de Enrique Santos Discépolo que cuatro décadas más tarde lo volvieron un himno.
Alguien habituado a producir contra reloj números en primera persona supo lo que hacer para cumplir en un rato con el compromiso: saqueó un poema sin importancia publicado poco antes en "Caras y Caretas" y lo transformó en lo que sería su letra más inocente y perdurable -"Yo soy la morocha, / la más agraciada, / la más renombrada, / de esta población", etcétera- sin que nadie lo denunciara, porque luego de una cadena de frustraciones murió sin un centavo en 1919, cuando aún no existían investigadores para hacerlo.
Borges incluyó los tangos de Enrique Saborido entre las evidencias para demostrar que Buenos Aires nunca fue fundada, que es eterna, pero en realidad no compuso tantos y sólo dos perduraron -"La morocha" y "Felicia", muy superior-, porque no parece haber sido un autor o pianista convencido de tener suficiente talento, sino uno de esos personajes múltiples arrastrados por un estilo de vida similar al de la música en que vivieron.
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En su travesía de 1906 la Fragata Sarmiento repartió partituras de "La morocha" en cada puerto importante convirtiéndolo, según Oscar del Priore, en el primer tango de exportación, la pieza de baile en pareja que puso fin al reinado del vals, pero al autor le daba lo mismo, porque ya había cedido los derechos. Cuando finalmente el suceso lo arrastró a París, no quiso ir a tocar en un palco o dirigir su grupo, sino a brillar como bailarín, encantar a princesas rusas y establecer la primera escuela de baile que tuvo la ciudad.
Su prosperidad, junto con la de los demás tangueros argentinos en Europa, concluyó al estallar la Primera Guerra Mundial y debió sufrir el retorno a la indiferencia de un medio en el que ya no interesaba ni como antigüedad. En la década del treinta, mientras mujeres maravillosas jugaban a quién cantaba mejor "La morocha" -Ada Falcón, sin duda-, Saborido se juntó con otros veteranos para confirmar que estaba terminado, se consiguió un empleo público, que aquí siempre fue el trabajo más fácil de obtener, y murió en 1941 sin que Borges lo advirtiera, porque se trataba de algo que ocurría en el presente y él estaba lejos, en el pasado, corrigiendo "La biblioteca de Babel".
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