Quejas de bandoneón
Tras dos años de ausencia, el notable Dino Saluzzi, que realizará cuatro funciones en el ND/Ateneo, habló de la música y la actualidad sin pelos en la lengua
Cuando se traspone la puerta del monoambiente, la intimidad del sonido de su fueye, ese que logró la admiración de monstruos como Charlie Haden o el cineasta Jean Luc Godard, es tan sutil que hasta los pasos de los ocasionales testigos llegan a ser una molestia para el músico. "Shhhhhhh", hace el salteño desde su silla. El ensayo con su grupo sigue unos minutos más. De golpe Saluzzi interrumpe la sesión con una indicación. "Es importante la precisión en la música", le dice a sus compañeros, con los que se presentará nuevamente en Buenos Aires tras dos años de ausencia en el país.
Otro tramo más de una pieza y vuelve a frenar la cadencia de su bandoneón. "Cada sonido tiene su valor", comenta tajante. Entonces su percusionista interrumpe: "Eso me hace acordar el cuento de un tipo que lo hacía sentir mal a otro porque estaba en mejor posición. De venganza, el tipo le dice que le va a demostrar que ambos tienen el mismo valor. Para un taxi y le pregunta al chofer cuánto le cobra por llevarlo a Constitución. «Diez pesos», responde el taxista. Entonces señala al tipo y le dice: «¿Y a él?». El taxista responde: «Lo mismo». El hombre, contento, le dice: «Ves».
La risotada de los Saluzzi, Dino y su hermano Cuchara, rompe el clima concentrado del ensayo previo a las presentaciones del bandoneonista. Serán cuatro funciones: pasado mañana, el domingo, el martes y el miércoles, a las 21.30, en el ND/Ateneo, Paraguay 918, junto a su grupo formado por Cuchara Saluzzi (saxo y clarinete), José María Saluzzi (guitarra acústica y eléctrica), Matías Saluzzi (bajo y contrabajo) y Jorge Savelón (batería); y Jaime Torres, Néstor Marconi, Lito Epumer y Julia Malischnig, como invitados.
Dino hace una pausa en los preparativos y por un instante cambia su rostro adusto y curtido por el de un hombre tierno y amigable, como el de cualquier paisano noble de Camposanto, el pueblo donde vino al mundo de manos de un curandero, y se encontró con toda esa música que sonaba sin parar en el fueye de su padre Cayetano. "Yo me encontré con la música y me contagié de eso. Pero nunca tuve un propósito. Simplemente hago música, porque es mi vida. Es como el aire para mí", cuenta el bandoneonista que formó parte de la revolución musical de los años sesenta junto a Waldo de los Ríos, Astor Piazzolla y Eduardo Lagos y que alcanzó un gran prestigio a nivel mundial.
Llevado por su intuición, su instinto de supervivencia y su necesidad de superación -una de las mejores virtudes que tiene que tener un músico, según Saluzzi- el bandoneonista llegó desde aquel origen carpero en Salta con su Trío Carnaval a estar actualmente patrocinado por el sello ECM, uno de los más importantes del jazz y la música contemporánea, donde graba desde 1983 y donde editó su último CD "Responsorium", con un sonido que cruza los lenguajes del folklore, el tango, el jazz y la música de cámara.
"Lo importante de la música es estar convencido de que si uno sigue va a mejorar. Por eso estudié, para no estar envidiando cómo tocan otros. Eso puede provocar resentimiento y por ahí un gran artista nunca puede llegar a mostrar lo que tiene adentro por ese sentimiento negativo. Pero esa necesidad de aprender fue mi tabla de salvación", dice el artista que creció como autodidacto tocando zambas, se formó con tangueros como Julio Ahumada, tocó en la orquesta de Alfredo Gobbi y terminó fascinado por Mozart.
"Muchas veces se habla de mi música, pero yo no tengo mucho para decir de ella. La única verdad es cuando un pintor hace un cuadro y se puede ver lo que hizo. Con la música pasa lo mismo. No hacen falta palabras, sino simplemente tocarla. Y pelar."
Dino es tajante en cada una de sus apreciaciones. Como cuando dice: "Los buenos artistas no necesitan promoción". O cuando se enoja: "Acá está lleno de mesías de la canción que ganan plata a costa de la ignorancia de la gente y terminan todos quemados". O cuando define su misión en el arte: "No tengo segundas intenciones, ni quiero evangelizar. Lo mío es hacer música. Si tengo éxito o no, no importa, ése no es mi objetivo". Por momentos parece un chico arisco, curtido por el hambre y los desarraigos. "Eso es algo que uno lo lleva siempre. Yo tuve varias partidas; primero, de Campo Santo me fui a Salta a estudiar. Después me vine por trabajo a Buenos Aires y de acá salí al mundo. Me gustaría vivir acá, pero la realidad es que tengo que comer."
Saluzzi compara su arte con el de un carpintero, que pasa horas frente a su bandoneón y a una partitura en blanco. "El verdadero arte está basado en el sacrificio y la frustración constante. Uno puede tener buenas ideas, pero lo importante es desarrollarlas. El instrumento tiene límites, pero la imaginación no." La charla deriva en disquisiciones filosóficas. Cita a Hegel y Platón, habla de Cromagnon, Bethoveen, Salgán, la educación, el asistencialismo y el hambre: "No me den zapatillas, quiero laburar para ganarme esas zapatillas", sentencia. El salpicado de temas desemboca en su interés por la música argentina. "La música popular de acá tiene una variedad absoluta, que creo que no existe en ninguna otra parte del mundo. Es una lástima que no la conozca más gente, la obra del Cuchi, por ejemplo."
El ensayo continúa. El bandoneón suena con la intensidad reposada de una sinfonía andina. Otra vez el imaginario de Dino queda plasmado certeramente en su música y en esas palabras calmas que le dice a sus músicos: "La música es como armar un paisaje".
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