Música clásica. Recuperar los sonidos del templo
Veinte siglos de música cristiana no son pocos. Y todo está ahí, existe, como existen las grandes y majestuosas catedrales góticas o barrocas, o las iglesietas románicas con las que se topa el viajero por aquellas tierras de Europa. O como las esculturas y pinturas en las que el artista ha volcado su oficio y su convicción religiosa. Pero si estas presencias materiales se imponen al espectador, a la música en cambio hay que bucearla, y luego darle vida, a partir de su notación. De lo contrario no existe. Lástima grande que esa tarea de resucitación de las músicas surgidas durante tantos siglos de historia no sea asumida, más allá de exclusivos centros de investigación y práctica de la música cristiana, con una mayor sistematización y compromiso en su propio ámbito, el de la Iglesia Católica. Y me refiero exclusivamente a ella porque es a la que pertenezco y, por lo mismo, aquella ante la que me siento libre para juzgar.
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A través de lo que se advierte en nuestro país, el cultivo del gran arte musical religioso, sea o no litúrgico, parece quedar librado al compromiso individual y a la vocación por ese repertorio de algunos sacerdotes y de músicos especializados, en lugar de responder a una acción sistemática amplia, más abarcadora y más convencida de lo que significa preservar tamaña riqueza espiritual, para beneficio de los propios fieles, pero también de los amantes de la música de cualquier otro credo.
Es cierto, hay en Buenos Aires y en varios lugares del país algunas parroquias donde se advierte su presencia y el cuidado por convertirla en elemento natural y arraigado dentro de sus programas de acción. Son ejemplos laudables, realizados con constancia y convicción, que emanan, como debe ser, de un esfuerzo conjunto. La historia nos recuerda que durante siglos los músicos cristianos estuvieron al servicio del templo y fue en su seno donde se produjeron las transformaciones cardinales de la música occidental. Sin duda, el canto monódico, a una sola voz, de la Iglesia temprana fue fruto de antiguas tradiciones orientales; pero a partir de ahí, catedrales, monasterios y abadías de la Europa medieval fueron el laboratorio donde se gestaron los profundos cambios mentales y espirituales que dieron perfil definitivo a la música de Occidente, ante todo con la invención de la escritura polifónica, a varias voces reales. Lo que viene después es obra de genios individuales, llámense Machaut o Josquin, Victoria o Palestrina, Mozart, Bruckner, Stravinsky, Messiaen o Penderecki, entre cientos de autores. Cuántas obras podríamos rescatar del silencio, si cada parroquia, con el esfuerzo obstinado de sus feligreses, mantuviera su propio órgano, o sus propios coros y conjuntos instrumentales. Valdría la pena intentarlo. Mientras tanto, esperemos una ¡Feliz Navidad para todos!
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