Salvavidas de hielo, el nuevo disco de Jorge Drexler
En el álbum del músico uruguayo, radicado en España, todo gira alrededor de su guitarra
"Cuanto más me limito más me libero”. La cita de Igor Stravinsky funciona como metáfora y concepto musical del nuevo trabajo en estudio de Jorge Drexler . En Salvavidas de hielo, el cantautor uruguayo se puso un nuevo desafío creativo. Si en su anterior trabajo, Bailar en la cueva (2015), el concepto giraba alrededor de la huella que había dejado la dictadura uruguaya en su cuerpo disciplinado y la liberación pasaba por el baile y lo rítmico, en este álbum todo se mueve alrededor de un solo instrumento: su guitarra.
Entre esa tensión minimalista, el ejercicio de austeridad y las posibilidades sonoras del instrumento, que funcionaron como premisa para trabajar en el estudio de grabación, Drexler convierte a la guitarra en un medium liberador. A través de esa antena, el cantautor uruguayo baja once canciones originales, que definen un territorio nómade –grabado entre México y su casa estudio en Madrid – que se resume en la última frase de “Movimiento”, la canción que abre el disco: “Si quieres que algo se muera, dejalo quieto”.
Los cambios son constantes en Drexler y la búsqueda es la misma. Se trata siempre del proceso de transformar el diamante en bruto de una hoja en blanco hasta llegar al paso de lanzar su mensaje en una botella a ese mar de canciones. Y no se trata de contaminar con ruido el planeta, sino que cada una de esas piezas valga la pena. Las nuevas once canciones de Salvavidas de hielo justifican su existencia. Drexler oficia como traductor de ese mundo ordinario, que todavía sueña sin fronteras, para redescubrirlo en sus auroras y en su destino evolutivo, entre sus males y sus curas.
En “Telefonía”, un tema que surgió de un mensaje de texto, ofrece su asertiva simplicidad para combinar las palabras, jugar con la musicalidad fonética de las rimas y el peso de los significados, para desmitificar los efectos de los avances tecnológicos. También aparece el filósofo del amor cotidiano con visión microscópica: “Te quiero, te querré, te quise siempre, desde antes de saber que te quería. Te dejo este mensaje simplemente, para repetirte algo que yo sé que vos sabías”. Mientras que en “Silencio” combina matemáticamente con su propio algoritmo creativo el ritmo, la melodía y el silencio, para lograr un respiro orgánico en medio del ruido de la música. Mientras que en “Pongamos que hablamos de Martínez”, una de las canciones más hermosas del disco, dedica sus versos a a Joaquín Sabina, su mentor en Madrid.
Junto al productor catalán Carles Campi Campón, el cantautor expande las posibilidades tímbricas, melódicas y percusivas de la guitarra. La transforma en una cuerda de tambores que funciona como base para el calypso “Mandato”; o en una catedral melódica –utilizando la manipulación digital–, en “Despedir a los glaciares”, un himno a la manera del “Aleluya” de Leonard Cohen.
La premisa conceptual de hacer todo el disco con la guitarra es, a la vez, una excusa para hacer una declaración de amor a la canción y a la figura femenina del instrumento. No es casual que del álbum participen tres cantoras y compositoras mexicanas: Mon Laferte (chilena de nacimiento) canta en la balada oscura “Asilo”; Julieta Venegas se monta sobre el repique de “Abracadabras” y con Natalia Lafourcade se sumerge en “Salvavidas de hielo”, una ranchera con base de milonga que es otro de los puntos más profundos del disco.
Hacer canciones es, para este catador de auroras, la forma de reflejar las cicatrices que el tiempo imprime en la hoja en blanco de nuestras vidas. Como canta en “Quimera”. Su último disco es otro manifiesto, donde se sigue presentando al mundo como un cantautor moderno: hijo de la décima, la milonga y el candombe beat. Drexler filosofa sobre la vida moderna, mientras las canciones nos mantienen a salvo, a pesar de que se derritan los glaciares.
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