Clásica. Shakespeare, el gran inspirador musical
En 1564, hace 450 años, y tal vez el 23 de abril (día tradicionalmente elegido por la historia, pues sólo se sabe con certeza que fue bautizado el 26 de ese mes) nacía William Shakespeare, en Stratford-on-Avon. Su muerte se produjo en el mismo lugar, el 23 de abril de 1616. Siete décadas después, más exactamente 76 años tras su desaparición, empieza nuestra historia, al menos en sus rasgos más firmes, tendiente a encontrarnos con los músicos que se inspiraron en sus obras para las más variadas especies de la creación sonora, desde música incidental para el teatro, hasta óperas, poemas sinfónicos y otros géneros. En esa búsqueda, uno de los primeros destacados que encontramos es Henry Purcell (1659-1695), quien en 1692 pone música a The Fairy Queen, una adaptación de Midsummer Nigth's Dream (Sueño de una noche de verano). Ya cerca de su muerte, Purcell realiza una nueva adaptación de Shakespeare, en ese caso de The Tempest, or The Enchanted Island (La tempestad o La isla encantada). Dentro del repertorio de la música incidental y de canciones para obras teatrales, Purcell elabora además una canción para una adaptación de Tate de The History of King Richard II y siete para la de Shadwell de Timon of Athens.
En el siglo siguiente, el XVIII, se encuentran importantes ejemplos de música incidental creados para la representación de las obras del gran poeta. Así, entre 1740 y 1750, el compositor inglés Thomas Arne elabora la música para siete de sus obras teatrales, las cinco primeras para su representación en el Drury Lane y dos en el Convent Garden, Romeo and Juliet en septiembre de 1750 y Cymbeline en febrero de 1759. Diez años más tarde, Arne compone una Oda para el jubileo de Shakespeare en Stratford-on-Avon y música incidental para la misma ocasión. Todavía hacia 1778 el compositor, organista, director de orquesta y editor de música Samuel Arnold, nacido en Londres en 1740, escribe música para la escena de Macbeth, realizada en el Haymarket Theatre.
Dentro del mismo siglo, William Boyce (1710-1779), compositor, organista y editor inglés, compone música para las representaciones de Romeo and Juliet en el Drury Lane, en 1750, y para varias más, entre ellas La Tempest y Cymbeline, además de una Oda en conmemoración de Shakespeare, de 1757.
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Pero es en el siglo XIX cuando gran parte de Europa se conmueve, bajo los fulgores del Romanticismo, con la obra de Shakespeare. Es inmensa la cantidad de música, de los más diversos géneros, que surge potenciada por el genio del vate inglés. Es que, cansados los jóvenes creadores surgidos a fines del siglo XVIII del culto a la razón, desdeñosos de toda regla y toda ley, porque el genio está por encima de ellas, descubren a Shakespeare como el poeta de las grandes pasiones y de la forma artística, justamente sin regla ni ley, según juzgan.
Imposible es contener en escasas líneas la dimensión que otorga la música romántica al influjo del poeta. Canciones, música incidental para la escena, óperas, obras corales, oberturas, sinfonías y ballets surgen en prácticamente todos los países europeos, adaptados a diferentes idiomas, durante todo el siglo XIX para extenderse en el XX hacia el resto del mundo, junto al nombre de tantos creadores y lenguajes de composición, sin que se pueda ni siquiera sospechar que en los años de esta nueva centuria Shakespeare estará ausente de nuestro arte. Seguiremos con el tema.
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