Tan lejos, tan cerca: Larralde y Springsteen corren el límite del show
¿Qué tienen en común Bruce Springsteen y José Larralde? En un primer vistazo nada. Pero en los últimos tiempos estas dos almas creativas de diferentes generaciones y continentes, en las antípodas musicales y de imagen, confluyen en un modo de encarar su obra actual. The Boss, desde Broadway; El Pampa, desde cualquier confín del interior bonaerense. El rayo que los atraviesa es la autoconciencia de su origen trabajador, la necesidad de compartir puntos de vista personales con su público (a pesar de su histórica reticencia a las entrevistas) y de realizar espectáculos eternos donde la música aparece apenas como hilos de seda. Un acto de fe en la trayectoria sin ningún aditamento más que un relato hablado sobre distintas experiencias de vida. El 15 de febrero próximo Larralde repetirá su maratón verbal en el Teatro de la Comedia, en Capital, tras haber concretado hace tres semanas una proeza: mantuvo la sala llena por más de cuatro horas y media. Apenas pulsó las cuerdas de la guitarra en doce ocasiones. El resto fue una larguísima reflexión que trasuntó sus vivencias trabajadoras, sus pagos y el hombre de campo, la actualidad y hasta el supuesto crecimiento del Everest todos los años.
En el otro extremo del mundo, Bruce aparece en un documental disponible en Netflix con sus conciertos acústicos en el Teatro Walter Kerr de Nueva York, donde introduce cada canción con un relato en el cual explica la inspiración de algunas de sus letras. Este repaso de su vida a través de las canciones configura una autobiografía única que empieza con "Growin' up" (1973) y "My Hometown" (1984), en las que el músico habla de sus inicios y de su amor-odio hacia su pequeño barrio de Nueva Jersey, Long Branch. De ahí en adelante, el espectáculo pasea por el mismo carril que el de Larralde: interpelar al público desde el relato puro y duro.
En los cánones actuales del mainstream los shows tanto de Springsteen como de Larralde podrían definirse como desafiantes al límite, irracionales e inviables económicamente. Pero habría que preguntarse si la entronización de ciertas herramientas tecnológicas infalibles para el diseño de consumos culturales en realidad ha terminado por estandarizar el arte (un contrasentido) para obtener una uniformidad que funcione como un blend apto para todo público.
Hace un tiempo, el compositor de música clásica Oscar Strasnoy observó que la manera de ganarles a los "robots" (algoritmos, tan de moda) empleados tanto para producir como para sugerir música era salir del principio de la ratio y explotar la irracionalidad. El ejemplo sería cuando el ajedrecista Garry Kasparov le ganó en su momento a la computadora Deep Blue saliéndose de lo previsible, y lo previsible es lo racional. Lo irracional, insiste Strasnoy, es lo "no medido". Pero ¿cuánto margen hay para permitir que el arte popular pueda escaparle a lo medido? En una entrevista que puede verse en YouTube, el músico Frank Zappa explicó que cuando la industria musical estaba manejada por adultos mayores poco habituados a saber qué estaba pasando en el ambiente se editaba material más arriesgado. Zappa dice que la ignorancia de los que decidían los llevaba a dudar de su criterio y que, finalmente, ese dilema terminaba por jugar a favor de artistas inclasificables. Algunos de ellos se transformaron en mitos. En este contexto, quizá, Larralde y Springsteen decidieron salir a discutir con los "robots". Y les sale bastante bien.