Música / El nuevo trabajo de Catupecu Machu. Un paso más en el camino
Pasado mañana sale El mezcal y la cobra, acompañado de un documental
Como si fuera un espejo que aumenta y deforma, Catupecu Machu buscó en el reflejo del disco anterior, Simetría de Moebius , los rastros de lo que ahora es El mezcal y la cobra , su nuevo álbum, que pasado mañana llegará a las disquerías.
En perpetua búsqueda de nuevos estados de equilibrio Fernando y compañía (hoy renovados, con la inclusión de Agustín Rocino en batería) exploran territorios, decididos a lidiar con la dura y maquínica geometría pero siempre interceptada por lo orgánico. Entre aristas, cintas de Moebius, mezcales y cobras, la banda encuentra la nueva forma.
Y esta vez, la forma es circular. El disco arma ciclo en sí mismo: abre con el tema que le da nombre (y un sonido que se diría progresivo heavy), y cierra con "Shakulute peruano", versión de "El mezcal y la cobra" despojada casi de toda electricidad y hecha en una sola y primera toma. Algo que Macabre, tecladista y "cráneo" de sonidos y consolas, define como "energéticamente excepcional", en el documental de más de una hora y media, Aparecen cuando grabamos , incluido en el DVD y que registra todo el proceso de la hechura del mismo.
Allí, y en los créditos del disco, se advierte que la banda se cerró en sí misma a la hora de la composición y grabación. No hay invitados. No hay nada. Sólo cuatro hombres buscando la forma de las canciones. Y los detalles. "Siempre me imaginé a un tipo solo en la montaña; quiero el viento, como una inmensidad detrás", explica Fernando a Macabre para "Vi llover". Así se define la música. Con imágenes. Con sensaciones. "Los coros están más felices, más vivos", señala el tecladista a la hora de elegir pistas de "Klimt... pintamos", mientras la cámara muestra a hombres trabajando en metales para darles forma "catupética".
El círculo, las conexiones, van más allá, como si entre este disco y los dos anteriores se cerrara una trilogía. Las pistas se descubren en el recorrido que propone el documental y que lleva del estudio-sala de ensayo del trabajo (con botoneras y anvils y muchos instrumentos) a la casa de campo de la creación (con noches de fuego y música, y recorridas por dónde donde, cuenta Fernando, fue a buscar las palabras del disco anterior), la filmación del video y el viaje a Nueva York para la masterización, donde muestran el cementerio que en el viaje anterior despertó los primeros atisbos de éste y que ahora baila hecho canción en "Metrópolis nueva", y se descubren también en el estudio las líneas que terminaron armando tapa en Laberintos .
Los cambios impulsan a Catupecu. La partida de Herrlein trajo a Rocino, que no era baterista hasta entonces. Pero nada tiene aquí un lugar fijo y definido. Y todo vibra en frecuencias. Como escuchar "Baile guerrero- Golpe certero", con los tres bajos –el de Fernando, el de Cáceres, el de Macabre–, cada uno por su canal, llegando a nosotros que, escuchando, completamos el círculo.
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