Una noche para el rock organ
Pájaro de fuego / Músicos: Esteban Sehinkman (sintetizadores, composición y dirección), Matías Méndez (bajo), Tomy Sainz (batería), Nicolás Sorín (sintetizadores y voz), Miguel Tennina (visuales) / Sala: Boris Club de Jazz.
Nuestra opinión: muy bueno
cuando promediaba su último concierto, la última semana, el tecladista Esteban Sehinkman decía, casi al pasar, que él y sus compañeros de banda eran músicos de rock, pero encarnados en una especie de combo de jazz. Su comentario no era una declaración de principios ni mucho menos, pero definía o sintetizaba perfectamente lo que el cuarteto demostraba sobre el escenario: la influencia rockera –que es generacional–, la perspectiva jazzística y cierto toque vintage que es lo que termina de darle a la propuesta de este músico el trazo distintivo.
El concierto fue uno de los últimos de una serie que Sehinkman viene realizando en distintas salas porteñas, antes de volver a concentrarse, otra vez, en el proyecto Ensamble Real Book Argentina, que durante este mes presentará su segundo disco, Contemplación.
Al frente de su propia banda, y en conciertos como el de la semana pasada, Sehinkman interpreta temas de su más reciente producción, Pájaro de fuego, editada en 2012, y piezas de sus álbumes anteriores. El nuevo disco tiene un toque discotequero –por el pulso de música disco que lleva la batería–, pero alternado con el resto del repertorio, el panorama se amplía un poco.
A pesar de que no todos los integrantes de la banda son los que grabaron en el último CD, así como está conformada hoy (Esteban, Matías Méndez, Tomy Sainz y el siempre creativo Nicolás Sorín) debería continuar porque con estos músicos se genera una muy buena química. El ensamble de bajo y batería es sólido y los efectos que aporta Sorín desde el segundo teclado son sutiles. Gracias a esto, Sehinkman se mueve cómodo sobre sus propias invenciones y le saca el jugo a los sonidos vintage de rock organ de sus teclados.
No son muchos los elementos que decide utilizar. Sin embargo, hace un buen uso, especialmente del elemento tímbrico que ha logrado con su actual propuesta.
La psicodelia sesentista, el jazz rock de los setenta, los toques de funk y de soul y una pincelada de blues son, según la óptica de Sehinkman, una buena combinación. Quizá lo más destacable de este trabajo es que no se queda en la simple exploración de los sonidos de décadas atrás.
Ese toque evocativo es concreto; para nada sugerido (incluso, en su último disco se sumerge en las atmósferas del chill out de los noventa). Sin embargo, el tecladista actualiza todo esto. Construye. En vivo (más que en el disco) no se queda en el mero sonido vintage.
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