Una sensibilidad moderna
Abbado fue el más contemporáneo de los directores y abrió un camino
Claudio Abbado fue el más contemporáneo de los directores y, en ese sentido, una figura que, aunque insustituible, abrió un camino. No había para él discontinuidades entre Mozart y el siglo XX de Stockhausen o Ligeti. Esto resultó claro ya en su primer concierto como titular de la Filarmónica de Berlín: entre dos sinfonías de Schubert programó Dämmerung, de Wolfgang Rihm, que no tenía entonces más de 37 años. Esto para no hablar de su colaboración con Luigi Nono. De él estrenó, con el pianista Maurizio Pollini como solista, Como una ola de fuerza y luz. Si uno quisiera pensar en un correlato de Abbado debería pensar en su amigo Pollini. Ambos son músicos de gesto austero y ambos compartían la idea de que la inteligencia y la intuición se necesitan mutuamente.
Lo fascinante de Abbado es que él fue uno de los primeros directores de sensibilidad auténticamente moderna. Era una sensibilidad que se había formado en el espíritu y a la sombra de la Viena fin de siècle, la Viena de Schönberg, de Berg y sobre todo de Mahler. El último concierto que dirigió, el año pasado en el Festival de Lucerna, terminó con la Sinfonía N° 9 de Anton Bruckner. Si pensamos que no hay casualidades, la elección de Abbado revela una lúcida y conmovedora deliberación. En el "Adagio" con que concluye la Novena de Bruckner, en la disonancia que quiebra ese movimiento, hay un ocaso y un alba; un emblema de muerte y resurrección.
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