Netflix: en Su casa, el horror es político
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Su casa (His House, Gran Bretaña, 2020). Dirección: Remi Weekes. Guion: Remi Weekes, Felicity Evans, Toby Venables. Fotografía: Jo Willems. Montaje: Julia Bloch. Elenco: Sope Dirisu, Wunmi Mosaku, Malaika Wakoli-Abigaba, Matt Smith, Javier Botet, Vivienne Soan. Duración: 93 minutos. Disponible en: Netflix. Nuestra opinión: muy buena.
Stephen King decía que cuando las películas de horror se ponen el sombrero sociopolítico a menudo sirven como un barómetro fiel de los acontecimientos que turban el sueño de una sociedad. Y ese subtexto que ha definido al horror a lo largo de toda su historia ha sido el de leer los miedos ancestrales atados a las circunstancias particulares, el miedo a la muerte en la paranoia por el destino de la ciencia, el miedo al enemigo interior por la exploración de los deseos prohibidos. Su casa comienza con una escena de esta época: una familia africana huye en una barcaza hacia las costas europeas. La embarcación zozobra, la hija asustada desaparece, los padres terminan en un centro de detención en Inglaterra. Esa historia que nace del contexto social es el punto de partida y lo que ocurre después asume el comentario político sin abandonar las claves del género.
La casa asignada a Bol (Sope Dirisu) y Rial Majur (Wunmi Mosaku) no es una mansión victoriana enclavada en la costa de Cornualles sino una vivienda social en un barrio londinense. Allí son destinados hasta que se autorice su pedido de asilo. La casa está sucia y desvencijada pero es un lugar propio, un refugio ante la tragedia que acaban de dejar atrás. "Es más grande que mi casa", les recuerda el burócrata de la seguridad social, mientras les entrega las llaves y un mapa precario de los comercios del lugar. La necesidad de Bol de integrarse a la sociedad inglesa, de convertir esa casa en su casa, comienza a resquebrajarse cuando llega la noche y emergen los fantasmas.
La película utiliza los recursos habituales para instalar la sensación de inquietud en el espacio, la irrupción de la oscuridad, la emergencia del horror como detonante de la culpa. Pero lo hace en perfecta sintonía con la historia de sus personajes, con ese mundo que intentan abandonar y que todavía acarrean bajo la piel. A diferencia de otras películas que enlazan la experiencia negra al terror desde las coordenadas del racismo, como ¡Huye! o la reciente Antebellum, acá el mundo blanco que representa Inglaterra es distante y apático, el rostro de una modernidad sin glamour ni ofrecimiento de salvación. Y es el mundo propio el que regresa desde el lejano Sudán, el que asoma desde las profundidades de la culpa y el dolor en clave de un ceremonial de castigo y redención.
"Sé uno de los buenos" es la frase que le repiten una y otra vez a Bol como mandato para integrarse a esa sociedad prometida. Es el costo de esa bondad lo que Remi Weekes instala como el corazón de su película, como la llave de un espiral de horror que encuentra en la casa, su casa, el verdadero territorio en disputa.
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