Rafaela. Ni experimental ni clásico: todos los teatros en una fiesta
Tras una década de permanente crecimiento, el festival santafecino llama la atención de todo el país por su programación
Los festivales siempre tienen un poco de sabor a vacaciones. Ya sea en la propia ciudad o en alguna hasta entonces desconocida, instituyen un tiempo fuera del tiempo en el que sólo importa ver obras y hablar largo y tendido sobre aquello que se vio. Lo mejor de un festival de teatro no sólo son el contacto con puestas escénicas de ciudades o países extranjeros y la cantidad de obras que pueden verse de un tirón, sino los espacios de intercambio que abren: la convivencia de la misma gente en las mismas filas de las mismas salas durante varios días favorece las charlas que en cualquier otro momento del año se generan de manera más espaciada y con mayor dificultad.
Para los rafaelinos, la llegada de julio anuncia la posibilidad de ver mucho teatro, pero también de discutirlo con pasión: ese es el efecto colateral más auspicioso que cada año deja el Festival de Teatro, cuya 11» edición finalizó anteayer y llevó las artes escénicas a 18.000 espectadores entre espectáculos de sala y callejeros, según cifras oficiales.
La lógica de las discusiones espontáneas posfunción acá se institucionaliza y potencia con las "mesas de devoluciones", un encuentro abierto al público en el que los elencos y los críticos discuten los espectáculos que hicieron función el día anterior: en ellos es posible enterarse de los procesos de creación de las obras, escuchar los análisis de críticos y periodistas especializados sobre cada trabajo y hacer preguntas a sus creadores. Uno de los diferenciales de este festival respecto de otros.
Elencos y críticos dialogan sobre las obras en la "mesa ?de devoluciones"
Es difícil detectar qué fue primero: si el histórico entusiasmo del público rafaelino por el teatro hizo que hubiera plafón para un festival o si el festival fue generando, ampliando y entusiasmando a un público propio. Lo cierto es que, a más de diez años de su lanzamiento, la programación de esta fiesta santafecina sigue generando un entusiasmo que ya excede al público provincial y empieza a llamar la atención en todo el país.
Con localidades agotadas en todas las funciones y un clima ideal (fresquito y soleado), los seis días de actividades -de martes a domingo- se fueron llenando con propuestas diversas. Espectáculos infantiles, interesantes obras del teatro off porteño (Lunes abierto, Boyscout, Doberman y Piedra sentada, pata corrida, entre otras), una residencia de la Universidad Nacional de las Artes dirigida por Matías Feldman (Fábula gótica acerca de cómo los habitantes de los extramuros secuestran y sacrifican inútilmente a la retardada o apresurada crítica a la clase media) y un cierre musical a cargo de Los Amados formaron parte de la programación. Sin duda, la gran revelación del encuentro fue la obra mendocina Mi humo al sol, de Manuel García Migani, que hizo funciones en el Club de Automóviles Antiguos de Rafaela, un espacio que el festival sumó en los últimos años y que también sirvió de locación precisa y perfecta a Un gesto común, la obra de Santiago Loza dirigida por Maruja Bustamante.
Por primera vez el festival incluyó un trabajo brasileño: la conmovedora De-Vir, obra de danza de la compañía Dita, de Fortaleza. Al igual que La Wagner, de Pablo Rotemberg, que también fue parte del encuentro, De-Vir trabaja con la desnudez de sus bailarines, con efectos sorprendentemente distintos a los de la obra argentina. Un trabajo, la interesantísima propuesta de Elisa Carricajo y Lisandro Rodríguez que el lunes pasado estrenó en Elefante Club de Teatro, también marcó una primera vez para el festival: nunca una obra de estreno tan reciente se había presentado en Rafaela. Formaron parte del encuentro, además, dos espectáculos locales (Lasarcanas y Un lazo rojo) y obras de Córdoba y de Rosario.
El festival nació en 2005 y ya tiene una pequeña gran historia de 11 ediciones. En 2004, la ciudad había sido sede de la Fiesta Nacional del Teatro y el por entonces intendente de la ciudad, Omar Perotti, tuvo el impulso: "Hagamos uno así todos los años". De los menos de veinte espectáculos iniciales pasaron a 32 en la edición actual y la pasada; también se fueron sumando espacios, funciones en otras localidades del departamento de Castellanos (Ataliva, Clucellas, Pilar y Suardi, por ejemplo) y acciones en la calle para atraer a un público cada vez mayor. "No nos interesa cerrar la mirada a un género en particular: este no es un festival de teatro popular ni de teatro experimental ni clásico, sino la suma de todo eso. El foco, a la hora de programar, está puesto en la calidad", dice Marcelo Allasino, secretario de Cultura de Rafaela y organizador fundante del festival.
"El interior todavía está lleno de caudillos teatrales que son los que, en muchos casos, ganan todos los premios del instituto, acceden a cargos, giran. Eso va en detrimento de lo que el público recibe. La lógica de nuestro festival es, por el contrario, seleccionar espectáculos de calidad. No busco tanto que a la gente le guste lo que ve, sino que pueda ponerse en contacto con trabajos serios, hechos con compromiso. Diferentes."
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