Clásica. Noche de estrenos
Concierto de la Orquesta West-Eastern Divan / Dirección: Daniel Barenboim / Obras: Obertura de la ópera Las bodas de Fígaro (Mozart); Resonating Sounds (Ayal Adler), en estreno mundial; Ramal (Kareem Roustom), en estreno mundial; Rapsodia española, Alborada del gracioso, Pavana para una infanta difunta y Bolero (Maurice Ravel) / Organiza: Mozarteum Argentino / Sala: Teatro Colón.
Nuestra Opinión: Excelente
Ya casi sobre el final de una campaña de diez conciertos, Barenboim subió nuevamente al podio del Teatro Colón para presentarse junto a su Orquesta del Diván, esta vez con la novedad de dos estrenos mundiales, ofrecidos al público del Mozarteum Argentino, una institución cara al maestro a la que le reconoce haber sido el nexo más fuerte y permanente en su vínculo con el país. "El Mozarteum -en las personas de Gisela Timmermann, antes de Jeannette, y ahora de su hijo y nuera, Luis Alberto y Mónica Erize- son mi familia en Buenos Aires", afirmó Barenboim enfáticamente en uno de los encuentros que mantuvo con la prensa en referencia a este festival. Comenzando con un compositor muy apropiado, el concierto se inauguró con la Obertura de la ópera Las bodas de Figaro de Mozart, música infalible, interpretada con gracia y transparencia. A continuación, en otro gesto de valor simbólico, uniendo árabes e israelíes en el punto de contacto que permite la música, llegaron dos estrenos mundiales. El primero de ellos: Resonating Sounds, del reconocido compositor israelí Ayal Adler, nacido en Jerusalén en 1968. La composición fue escrita por encargo de la West-Eastern-Divan (WEDO), dedicada a Daniel Barenboim y su orquesta. "El título refiere a un eco o reminiscencia del sonido persistente luego de vastos acordes que se desvanecen", explica el compositor en un texto del programa de mano, acerca de su obra, una pieza cautivante, de exploración tímbrica, que juega con la materia sonora, su riqueza en texturas, colores y efectos. La orquesta abordó la composición con una actitud convincente frente a la búsqueda, los contrastes y la sorpresa. Luego fue el turno de Ramal, dedicada a la memoria de Edward Said e inspirada "en la inquebrantable determinación que este hombre tuvo para defender la verdad ante el poder", según palabras de su autor, el compositor sirio Kareem Roustom (1971). Ramal -cuyo nombre indica una métrica poética utilizada en la poesía clásica árabe-, a diferencia de la anterior, que indagó en las atmósferas del sonido, lució como una pieza narrativa (no en vano el compositor se destaca en la creación de música incidental), más abierta y extrovertida, de impactantes crecimientos dinámicos. Si bien la obra no está basada en un programa -explica Roustom-, sus vaivenes emocionales reflejan la inestable y devastadora situación en Siria. Cada uno a su turno, ambos compositores saludaron al público, que celebró tanto a las obras como a sus autores con un caluroso aplauso.
En la segunda parte volvieron a resonar las grandes obras sinfónicas de Maurice Ravel: Rapsodia española, Alborada del gracioso, Pavana para una infanta difunta y su famoso Bolero, obras sobre las que tanto se ha escrito en los últimos días, ya sea de las ejecuciones en concierto como de los provechosos ensayos de orquesta, por lo cual resulta difícil agregar comentarios sin repetir conceptos ya vertidos. No obstante, tras varias audiciones de las piezas, vale destacar una vez más el exotismo oriental tan singular en Ravel y tan bien interpretado por esta orquesta que puso de relieve el colorismo elegante de su música sinfónica. En general, sobresalen la plasticidad con que el conjunto dibuja las líneas sin perder precisión, la ductilidad para lograr dinámicas elásticas, con crescendos portentosos y efectos incorpóreos. Una observación aparte merece el Bolero, en un magnífico testimonio de concentración y sostén de la igualdad sobre la cual se basa el potencial de la obra, en el crecimiento minucioso y dosificado de sus fuerzas. Y si de contenidos simbólicos venimos hablando a lo largo de estos días -de la reunión de los músicos del Diván, de los mensajes de su director, de dos estrenos emblemáticos y finalmente de las noticias del conflicto en Medio Oriente-, cabe una lectura, quizás una reflexión sobre otro símbolo que quedó expresado en la poderosa música de Ravel: la idea de un desfile de voluntades que avanzan persistentes sobre el mismo camino, sumando más y más voluntades a cada paso, respirando al unísono, pero conservando la individualidad. ¡Había que ver las ganas, el ímpetu y el orgullo vibrante en el rostro de esos jóvenes, construyendo semejante idea de unidad musical!
Por Cecilia Scalisi
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