Papaíto piernas largas: una bella comedia musical
Papaíto piernas largas / Intérpretes: Juan Rodó, Ángeles Díaz Colodrero / Dirección: Lía Jelín / Codirección: Matías Strafe / Escenografía y vestuario: Vanesa Abramovich / Iluminación: Matías Canoty, Mario Gómez / Música: Santiago Rosso / Música y letras: Paul Gordon / Libro: John Caird / Traducción y adaptación: Rodrigo Rivero / Producción: Julieta Kalik / Funciones: sábado, a las 21; y domingos, a las 20 / Sala: Cultural San Martín, Sarmiento 1551 / Duración: 125 minutos / Nuestra opinión: buena
Es imposible no iniciar la reseña mencionando la extensa fila de espectadores que esperaba para entrar a la sala: público muy variado y de diferentes edades. Pocas veces se produce esa variada combinación de personas entusiasmadas para ver una obra teatral. Aunque es cierto que los musicales estrenados en el Cultural San Martín han cosechado una historia de calidad y las salas funcionan como garantía de un trabajo que despierta expectativas.
Por otra parte hay una serie de componentes que prometen: la historia original de Jean Webster, un musical ya probado en Broadway, la dirección de Lía Jelín y el protagonismo de Juan Rodó. Todos argumentos a favor.
Cuando se ingresa en la sala el espacio frontal se impone en todo su esplendor. La magnífica escenografía que propone Vanesa Abramovich ocupa prácticamente todo el espacio y cumple con el necesario deber de llevarnos al pasado. Está armado en dos planos, el del fondo que es el lugar de Papaíto Piernas Largas y el más cercano al espectador es un espacio-practicable que se transforma respondiendo a los sitios que recorre Jerusha Abott, la huérfana de esta historia. Con baúles, cajones y el acto de desplazarlos, los hace devenir en mesa o cama y, a su vez, en orfanato, universidad y reducto de diversas vacaciones.
En pocas líneas: una muchacha que habita en un orfanato es beneficiada por un ser anónimo cuyo objetivo es que estudie en la universidad y se convierta en escritora. La novela de Webster es epistolar y en su núcleo predominan los discursos y no las acciones. Las sucesivas adaptaciones siguen la línea de origen y eso, probablemente, colabora para que se haga un tanto extensa. No está mal recordar que la novela es de 1912 y que la autora, que usaba nombre de varón, era una férrea defensora del sufragio femenino y que hay cuestiones superadas en relación con el lugar de la mujer y otras que no.
La historia que el musical reconstruye propone una posición arqueológica, es decir, una reconstrucción de la época que se percibe en los gestos, en el cuidadísimo vestuario, en el vocabulario elegido. Rodó se acota a cierto registro la mayor parte de la obra, respondiendo a la construcción de un personaje con cierta rigidez que es desarmado en ocasiones por la niña que deviene mujer en el tiempo que transcurre. Por su parte, Ángeles Díaz Colodrero despliega todos los recursos posibles, es dúctil, construye gestos de acuerdo con las circunstancias que exige su personaje, cambiante ya de por sí por el paso del tiempo. Además de proponer una Jerusha que provoca empatía, canta maravillosamente bien y sostiene con éxito la nota emocional. La partitura es hermosa y la historia muy bella. Un canto de optimismo y esperanza por el que nos guía la mano eficaz de Lía Jelín.
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