A solas con B.B. King. "Pararé cuando me muera"
A los 73 años, casi todas las personas que hayan desarrollado cualquier actividad ya están retiradas, y se dedican a cosechar lo que sembraron, más aún si se trata de alguien que tiene una vida más que agitada a cuestas. Sin embargo, B.B. King echa por tierra cualquier tipo de preconceptos y sigue en movimiento.
Bien podría estar instalado en su casa disfrutando de la gloria y del dinero que obtuvo durante más de 50 años de carrera, pero no es así. Las dos presentaciones que realizó en el Gran Rex el miércoles y el jueves últimos, a sala llena, fueron sólo un grano de arena en el desierto de los 250 shows que el rey del blues hace anualmente. No existe el descanso en su vida. Casi sin haber dormido, partió ayer a las 5 a Brasil, y después el destino será otro. Pero él no reniega de eso. Es más, lo disfruta con el mismo ímpetu de cualquier joven que comienza a andar en el largo y empinado camino de la música.
"Algún día, cuando me muera, tendré que parar. Pero ahora, que mi salud es buena, que la gente viene a ver mis shows y que compra mis discos... Cuando la gente hace eso, siento que no puedo faltar a la cita. Además, tengo la suerte de estar trabajando en algo que realmente me gusta", dice desde su trono, en el camarín, enfundado en uno de sus típicos e impecables trajes enormes.
Está acostumbrado a enfrentar las preguntas, aunque no es lo que más le gusta. En diálogo con La Nación , habló del pasado, del presente y del futuro. De su vida o del blues, que para él son lo mismo.
B. B. King, el hombre que no cree en las AFJP
Está en edad de jubilarse, pero sigue con el blues a cuestas
B. B. King nació para tocar, y eso es lo único que quiere. Pappo ya comenzó a calentar el ambiente y él toma, sin perder la calma, un nuevo trago de agua mineral. Sabe tanto del éxito como del fracaso; todavía recuerda cuando la música que los negros norteamericanos habían creado era consumida por sus compatriotas, pero no tocada por ellos, sino por grupos extranjeros. Fue la época de la depresión del blues clásico, que hacia fines de los años 60 resurgió con la fuerza necesaria como para que hoy sea indiscutible. "Ahora, hay mucha gente joven que toca muy bien el blues en todo el mundo. También hay mucho público joven que apoya nuestra música. Este es el tiempo del blues, así que por eso creo que es tan popular", dice con la alegría de un chico que ve un sueño hecho realidad.
Pero, además, descubre algo detrás del éxito -no excesivo, pero sí constante- que tiene este estilo simple pero apasionante alrededor del mundo: "El blues es la vida misma. La vida que vivimos en el pasado, la que vivimos en el presente y la que viviremos en el futuro. Porque esto tiene que ver con la gente, con los lugares y con las cosas. Y mientras haya gente, lugares y cosas, siempre habrá blues".
Si un negro nacía en los Estados Unidos en la década del 20, su destino era la pobreza, las privaciones y las jornadas interminables de trabajo, además de la segregación. Sobre todo si vivía en el Sur, como Riley King, llamado Baby Brother (pequeño hermano) por su padre; casi como una premonición de las futuras iniciales del rey del blues.
Una vida dura
Desde entonces, los trabajadores cantaban sus penas mientras cosechaban algodón hasta que cayera el sol. Por eso se dice que para cantar el blues como se debe es necesario haber pasado por situaciones difíciles, y B. B. King sabe de esto: "Uno debe aprender a tocar y a cantar el blues, no a sufrir. No es indispensable haber tenido una vida dura para tocar blues. Yo he conocido a mucha gente que tocó conmigo en estos años, incluso varios de los miembros de mi actual banda, y ellos no tuvieron una vida difícil; pero aprendieron a tocar. Sin embargo, hay algo que es cierto: si tuviste una vida dura, es mucho mejor".
Sus ojos apuntan al techo, como si en la pintura blanca se estuviera proyectando una película de su vida. Hace una pausa y recuerda: "Yo tuve una vida dura. ¿Usted recuerda o conoce de los Estados Unidos de aquella época; su historia, la discriminación? Eso es duro, muy duro. Muchas de las cosas fueron difíciles de sobrellevar; ahora tengo 73 años y no es así, pero cuando nací, en una plantación del sur de nuestro país, el trabajo era muy duro... Muchas cosas fueron duras".
Hay una frase que acompaña a los bluseros por donde quiera que vayan: "I´ve got the blues" (tengo el blues), dicen. Esas palabras pueden aparecer en cualquier momento del día. Entonces, irremediablemente toman sus instrumentos y tocan lo que les digan sus sentimientos. "Yo ya no toco para mí. En realidad, nunca toqué demasiado en solitario", aclara B. B. King, que bastante blues tiene y todavía comparte con su público.
La gente se pelea sin sentido por ganar el primer lugar en una sala que tiene todas las localidades numeradas. Quieren estar cerca de su ídolo; incluso varios de los músicos locales más reconocidos quieren acercarse al rey para pedirle esa firma o esa foto que otros días los tienen a ellos como los principales protagonistas. A esa altura, nadie sabe si B. B. King tiene real conciencia de lo que significa su figura y su presencia para los fanáticos argentinos. "No, en realidad no lo sé. Espero que signifique entretenimiento, diversión... espero", dice con humildad.
Recuerdos del pasado
Mientras se hable de blues, B. B. King acepta un viaje hacia el pasado. No importa que falten pocos minutos para que abra su último recital del año en nuestro país. Tiene buena memoria el hombre.
Aparece el nombre de su primo, el bluesmen Bukka White, fallecido en 1977. Los separan varias cosas, entre ellas, que White estuvo un año en prisión por un problema con disparos incluidos, mientras que King jamás tuvo problemas con la Justicia. "Viví seis meses con él, cuando me mudé a Memphis. Muchos dicen que Bukka me enseñó a tocar el blues, pero no es verdad... A veces se escribe cualquier cosa sobre mí. Yo lo quiero como hombre, y me gusta oírlo tocar.Pero su estilo es más percusivo. Lo que sí hizo es enseñarme sobre la vestimenta y sobre un montón de gente que conocí; me enseñó muchas cosas buenas y por eso lo voy a recordar siempre", dice, y deja en claro su posición.
B. B. King también recuerda aquella noche en que atravesó casi media ciudad para presentarse en vivo en una radio sin ninguna invitación previa. Su única carta de presentación era el nombre de la dueña del local donde él tocaba los sábados por la noche. "Llovía muchísimo aquella noche; llegué empapado a la puerta de la radio, con mi guitarra envuelta en varios papeles de diarios. Me dejaron tocar 15 minutos y me contrataron", recuerda con ganas.
Es el momento de hablar de Lucille, su inseparable guitarra: "La conocí cuando estaba tocando en un club llamado Twist Arkansas. En ese lugar siempre se ponía un vaso lleno de querosén, luego se lo prendía y las chicas bailaban alrededor. Un día, dos hombres se pusieron a pelear, el vaso se cayó y se formó como una especie de río de fuego. Todo el mundo comenzó a correr hacia la puerta, incluyéndome a mí, pero cuando estuve afuera me di cuenta de que había olvidado mi guitarra. Volví al edificio a buscarla y el club estaba completamente en llamas, así que arriesgué mi vida para salvar mi guitarra. Al otro día me enteré de que esos hombres se peleaban por una mujer; nunca conocí a esa mujer, pero supe que se llamaba Lucille. Por eso mi guitarra se llama así".
La magia está intacta
Y tiene tiempo y ganas de ir mucho más atrás: "Mi primera guitarra la compré a los doce años, cuando trabajaba en los campos de algodón. Tuve que ahorrar 50 dólares, el sueldo de un mes, para poder comprármela". Pasan los minutos y B. B. King se impacienta. Se acerca la hora del show y se nota que no quiere otra cosa más que subir al escenario. La sala ya está repleta y todos esperan por él, como siempre, como en cualquier parte.
Puede ser que esté un poco más cansado que en sus anteriores visitas, pero su espíritu batallador logró superar un fuerte ataque de diabetes y, apenas se recuperó, volvió al ruedo. Los espectadores sólo notarán que pasa gran parte del recital sentado en una silla; nada más, porque la magia sigue intacta. Volvió a hacer lo que siempre hizo, compartir su música y su talento con los demás. Y repite: "Dejaré esto el día en que me muera".
No cabe duda: el rey está vivo; entonces, más que nunca, que viva el rey.
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