Feliz con su joven novia, a quien le lleva cuarenta y un años, el emprendedor y coleccionista de arte cuenta: “Lucía es muy natural y, para mi sorpresa, todo fluye con ella”
Fue un gran año para Eduardo Costantini (70), el gurú de los desarrollos inmobiliarios aquí y allá y uno de los grandes mecenas del arte en nuestro país. Y no sólo porque el Malba, el Museo de Arte Latinoamericano que fundó en 2011, y Fundación Nordelta, la organización no gubernamental que lleva adelante junto con su hija mayor, Marité, cumplieron quince años, o porque Oceana Bal Harbour, su último proyecto en Miami –el edificio más caro de la ciudad–, se inauguró en el marco de la mismísima feria de Art Basel, sino también porque su relación con Lucía Radeljak (29), la licenciada en Relaciones Institucionales que lo cautivó en un opening de su museo a mediados de 2015, cumplió un año de amor.
Quizá por eso, Eduardo, que imaginó un paraíso agreste más allá de José Ignacio llamado Las Garzas, se mostró distendido durante estas semanas en Punta del Este, adonde llegó junto con su “chica del Renacimiento”, como describen a Lucía quienes la quieren y la conocen (la novia de Eduardo habla seis idiomas, canta y toca el piano, es vegetariana, fanática del arte y del diseño y tan deportista como él), y sus dos hijos menores, Gonzalo y Malena, fruto de su matrimonio con Gloria Fiorito. Sonriente, compartió una tarde “a caballo” con ¡Hola! Argentina.
JUNTOS A LA PAR
Hacía trece años que el empresario que logró el status de billonario en octubre de 2016 (después de que las acciones de Consultatio, su compañía, duplicaran su valor) no andaba a caballo, una de las actividades preferidas de Lucía, quien es una experta amazona. “Después de mi accidente en kite dejé para cuidarme la espalda y nunca más retomé, pero es una de las mejores maneras de recorrer Las Garzas. El caballo te conecta de una manera más natural con la geografía, que acá es virgen”, reflexiona, mientras admira el mar, bravo con sus grandes olas que lo llaman a armar su kite.
–Eduardo, ¿cuál es tu primer recuerdo a caballo?
–Nací en San Isidro y si bien nunca fui muy campero, era algo que disfrutaba cuando iba a los campos de mis amigos o acá, en Punta del Este, donde siempre fue un programa divertido durante nuestros veraneos. De todas maneras, yo siempre fui de agua: de chico era más de río y, ahora, de mar. [Se ríe].
–Por lo visto, es un programa que a Lucía le encanta.
–Sí, lo disfruta mucho. Lucía es multifacética: este año aprendió a hacer kite-surf durante dos viajes que hicimos a Brasil y hace unos días tuvo su primera experiencia en el mar enfrente de casa [una conocida propiedad en el ocean-front de Punta Piedras], que es más bravo. Nos metimos con su profesor, Martín Vari [un argentino que fue dos veces campeón mundial] y se animó a hacer un kilómetro y medio desde la costa. ¡Es muy aguerrida!
–¿Qué otras actividades comparten?
–El kite es algo ínfimo en relación con la cantidad de temas que compartimos, que abarcan el arte, el diseño, la lectura, el yoga y la interpretación de la realidad desde la política y la economía. Con Lucía hablamos mucho acerca de las noticias en nuestro país y el mundo, como la llegada de Donald Trump a la presidencia de Estados Unidos o los movimientos migratorios en Europa. Nos gusta divertirnos, salir a bailar, viajar y conocer museos y hoy ella está muy involucrada en mis actividades: este año hizo una huerta orgánica en Nordelta, a la que tienen acceso los chicos del barrio Las Tunas y personas con capacidades diferentes, y por idea suya, todo el producto se destinó a la compra de una silla de ruedas para un chico que la necesitaba. Además, estamos desarrollando juntos el proyecto Malba-Saldías [en un predio del otro lado de la vía, a 950 metros del museo], que ya arrancamos con un programa de verano con talleres de pintura, danza y teatro para chicos de la villa, y eso lo organizó Lucía.
–Tenés una gran compañera de vida.
–¡Está en todos lados! [Se ríe]. El 31, hicimos una fiesta en casa para despedir el año y Lucía coordinó todo para que lo pasáramos bárbaro; una mañana la veo y está haciendo yoga con Malena en la pileta; estamos con mis amigos y sus mujeres y se pasa tres horas conversando con ellas como si tuviera 60; almuerza con Mariana, mi hija; se whatsappea con Marité; y el otro día me dijo: “¿Por qué no le decís a Teresa [Correa Ávila, su primera mujer] que venga el 31?”. Se lleva muy bien con todas ellas y con las mujeres de mis amigos, que se sienten cómodas y no se ponen en guardia, que sería lo lógico frente a una mujer joven y linda… Lucía es muy natural y, para mi sorpresa, todo fluye con ella.
–Acaban de cumplir un año juntos. ¿Cuál es tu balance?
–Este año ocurrieron muchas cosas que hicieron más intensa nuestra relación. Los quince años del Malba y de Fundación Nordelta, la inauguración de Oceana Bal Harbour, los proyectos de la huerta y Saldías y los acontecimientos familiares fueron conformando nuestra relación y dándole una buena dinámica. Estoy contento con Lucía: juntos, fuimos navegando el año con naturalidad… Y aquí estamos [Sonríe].
- Texto: María Güiraldes
- Fotos: Marcelo Bartolomé
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