La epopeya personal de Ernestina Pais: cruzó los Andes a caballo para recordar a su padre
La conductora le contó a LA NACION cómo fue la travesía y qué inesperado rol le tocó ocupar dentro del grupo que la acompañaba
Volvió con una lesión en la rodilla, pero feliz. Ernestina Pais acaba de llegar de San Juan donde, durante cinco días, realizó la cabalgata del cruce de los Andes con la que se celebró el bicentenario de la epopeya sanmartiniana.
"El año pasado viajé a San Juan para conducir Un sol para los chicos", contó Ernestina a LA NACION. "Además, llevé a mi vieja a conocer el Valle de la Luna. Entonces me contacté con la gente de la provincia: me interesaba cruzar los Andes porque ese fue último viaje que hice con mi papá, antes de que desaparezca, hace cuarenta años. Esa vez lo hicimos en familia, en auto. Pero cuando empecé a averiguar y me ofrecieron hacer el cruce del bicentenario, a caballo, enseguida dije que sí".
Ernestina venía de unas plácidas vacaciones en La Pedrera, con su hijo Benicio y algunos conocidos. Volvió a Buenos Aires y en un día armó todo lo que necesitaba para llevarse a la montaña. Se fue con Franco, un abogado amigo. Y allá se relacionó con 198 personas más que hicieron de la travesía algo inolvidable.
"Es impresionante estar en el medio de la cordillera, subirte al caballo y mantenerte tranquila mientras bajás una picada empinadísima", recordó la conductora. "Hay momentos divinos y momentos duros. Pero siempre te sentís cuidada por el grupo, por Gendarmería, por el Ejército y por los baqueanos, que son los que realmente conocen el lugar y ayudan a todos. Tuve miedo una sola vez, cuando la bajada era tan profunda que tuve que acostarme sobre el lomo del caballo y creí que la montura se me deslizaba y me caía. Pero estaba tranquila: el cruce de los Andes tiene tasa de mortalidad cero, los caballos son los primeros que quieren sobrevivir y eso te lo dejan muy claro en el entrenamiento".
En esos cinco días, Ernestina no fue Ernestina y se convirtió en la costurera del grupo. Cada vez que hacían una parada, ella se sentaba con sus hilos y agujas y arreglaba la ropa rota de sus compañeros. "Nunca me llamaron por mi nombre, todos teníamos apodos y el mío era la costurera".
Fascinada con todo lo que vivió, hizo una reflexión: "Este es un viaje personal porque tenés mucho tiempo para pensar y bajar la ansiedad; es un viaje grupal donde cada uno tiene una función; es un viaje histórico por todo lo que aprendés sobre la Revolución Libertadora y es un viaje con la naturaleza: la montaña no puede vencerte y tenés que poner mucho de vos para terminar el recorrido. Es un desafío hermoso".
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