La hija de Mauricio Macri dio sus primeros pasos acompañada de su madre
Pasaron la Navidad en familia, en la casa que los Awada tienen en Tortugas. Después, durante los últimos días de 2012, se instalaron en una pintoresca cabaña en el country Cumelén, frente al lago Nahuel Huapi. Como todos los fines de año, Mauricio Macri (53), Juliana Awada (38) y su pequeña hija, Antonia (1), volaron a Villa La Angostura para disfrutar de una semana de relax que incluyó mucho descanso, algo de golf, partidos de tenis, un poco de pesca, pic-nics en la playa y algunas –muy pocas– salidas nocturnas. Para Juliana, es un paisaje conocido: allá se mueve como una más del lugar. Hace veinte años, cuando su hermana Zoraida la invitó a pasar un verano en el sur, se enamoró de La Angostura y desde entonces se hace una escapada por lo menos una vez al año, para renovar energías y estar en contacto con la naturaleza en su estado más puro. "Es increíble, allá hay una tranquilidad y una paz indescriptibles", afirma la primera dama porteña cada vez que alguien le pregunta sobre su amor por el "Jardín de la Patagonia".
En su casa de veraneo, los Macri-Awada fueron los anfitriones de una pequeña comida para recibir el Año Nuevo, donde hubo carnes a las brasas y, como no podía ser de otra manera, no faltó el típico cordero patagónico. Durante su estadía sureña, Juliana también hizo programa con Zoraida y su familia y su mamá Pomi. Allí, Antonia –que está dando sus primeros pasos– hizo de las suyas y se convirtió en la reina de la todas las miradas y en foco de todas las cámaras. Por su parte, Mauricio aprovechó para jugar al tenis y también caminó la cancha de golf con su mujer. Además, salieron juntos a navegar en gomón para acompañar a sus íntimos, aficionados a la pesca. Por las noches, la rutina se repitió casi a diario: reuniones relajadas en casa de amigos y alguna que otra comida en Tinto Bistró, el restaurante de Martín Zorreguieta, el hermano de Máxima.
A su vuelta, Juliana volvió a armar las valijas, pero esta vez el destino fue Punta del Este. Como todos los años, su hija mayor, Valentina (9), pasa el mes de enero en la chacra de mar de su padre, Bruno Barbier. Y Juliana no pasa un verano sin visitarla. Durante su cortísima estadía esteña (estuvo sólo 48 horas), se dedicó full-time a sus herederas, visitó a Franco Macri en Manantiales y desempeñó el rol que más placer le da en la vida: el de madre. "Ser mamá es algo maravilloso, me llena de placer. Siempre busco darles mucho afecto a mis hijas. El amor y la educación son los tesoros más grandes que puedo entregarles y estoy con ellas todo el tiempo que puedo", asegura.
Texto: Sebastián Fernández Zini
LA NACION