En medio del duelo, acompañó a su marido, Guillermo Alejandro, y marcó con su carisma una de las fiestas más importantes de los Países Bajos
Desde 1848, todos los terceros martes de septiembre se celebra en La Haya el Prinsjesdag (Día del Príncipe), que toma su nombre en referencia al cumpleaños del príncipe Guillermo V (1748-1806) y con el que se da inicio al año parlamentario en los Estados Generales (las cámaras alta y baja holandesas). Ese día, el pueblo sale a la calle a demostrarle todo su cariño y apoyo a la Casa Orange.
La semana pasada, la celebración se dio en circunstancias muy especiales para la Reina. Es que se trató de la primera fiesta que vive en medio del duelo por su padre, Jorge Zorreguieta, que murió hace poco más de un mes víctima de un linfoma no Hodgkin. Como no podía ser de otra manera, Máxima cumplió con su deber con esa sonrisa inmensa y ese carisma único que la hicieron conquistar el corazón de su pueblo (y del mundo).
A bordo de la Carroza de Cristal, fabricada en 1821 y que están usando desde el año pasado en reemplazo de la tradicional Carroza de Oro –está en reparaciones por dos años más–, los Reyes de los Países Bajos recorrieron el trayecto que va desde el Palacio Noordeinde, sede oficial de la Corona, hasta el Binnenhof, sede del Parlamento holandés, en medio de saludos y manos en alto. Una vez que llegaron a destino, Su Majestad leyó el Troonrede, o Discurso del Trono, en el que se dieron a conocer los lineamientos del Gobierno para el ejercicio entrante.
Al finalizar, y acompañados por los príncipes Constantino y Laurentien, regresaron al Palacio Noordeinde para protagonizar la tradicional salida al balcón y saludar a la gente.
Esa misma tarde, Máxima voló a Nueva York, donde asistió a una serie de encuentros de la ONU, de los que también participó la princesa Mary de Dinamarca.
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