Poético Schumann de la Filarmónica
Concierto Orquesta Filarmónica de Buenos Aires
Dirección: Ira Levin. Solista: Peter Donohoe (piano). Programa: Burleske Piano y orquesta en Re menor Op. 85 (Richard Strauss), Fantasía sobre temas folklóricos húngaros para piano y orquesta (Franz Liszt), Sinfonía n° 2 en Do mayor, op. 61 (Robert Schumann). Teatro Colón
Nuestra opinión: buena.
En su reciente concierto de abono, la Orquesta Filarmónica de Buenos Aires presentó al pianista inglés Peter Donohoe (nacido en Manchester en 1953), de amplia trayectoria aunque desconocida en la Argentina. La primera parte del programa estuvo dedicada a dos obras para piano y orquesta, una propuesta infrecuente por el hecho de haber escogido dos piezas en lugar de un gran concierto del repertorio principal.
En la primera de esas composiciones la Burleske Op. 85 de Richard Strauss, en un solo movimiento, el resultado fue un tanto deslucido, como si no hubiese alcanzado su punto. Dio la apariencia de un trabajo de ensayos insuficiente (el pianista de hecho tocó con el texto en su atril y estuvo demasiado pendiente de la lectura, en tanto que la orquesta, entre risas y muecas, pareció distraída), sin la soltura que debe trascender de una obra que en su carácter formal es libre, con aire de improvisación y sorpresa; ni alcanzó tampoco la picardía que requiere una forma esencialmente humorística y vivaz.
La Fantasía Húngara de Liszt sonó en general mejor preparada, más articulada en la elaboración de los climas, en los colores orquestales, en las dinámicas y en el diálogo entre el solista y la orquesta. Con dos obras extrovertidas, de virtuosismo técnico, efectos y fantasía formal (al igual que la ejecución fuera de programa), Peter Donohoe expuso sobre todo un pianismo seguro en la dicción, ágil y claro en el fluir de las notas, aunque fue a la vez intrascendente y poco profundo en la expresión del sonido.
En la segunda parte, la sinfonía de Schumann Op. 61 en Do mayor, la calidad de la Filarmónica fue notablemente in crescendo. En contraste con la programación del piano un tanto superficial, con Schumann se privilegiaron la música y el mensaje. Lamentable la falta de educación del público, que aplaudió al final de cada movimiento, interrumpió la atmósfera de una ejecución muy bien lograda. Fue excelente el desempeño del principal director invitado, Ira Levin, mostrándose como una guía precisa -en el difícil segundo movimiento, por ejemplo, el Scherzo. Allegro vivace, donde la exactitud es la diferencia, imponiendo a la vez carácter y motivación en el sostén del discurso sinfónico -como el Adagio, cuyas líneas fueron resplandecientes, sobrio también en la gestualidad y compenetrado en la música. De menos a más, la orquesta sonó compacta, brillante, lírica y expresiva. Un Schumann exquisito, poético y personal.
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