Premios Oscar: lo que un buen anfitrión no debe hacer
Repasamos chistes fallidos, momentos incómodos y conductores de la ceremonia para el olvido
Luego de su debut en 2005, Chris Rock volverá a presentar los premios Oscar. Por ese motivo y porque nos preocupa su performance, le preparamos una lista con lo que no debería hacer (y hasta lo que no debería repetir) con el objetivo de salir airoso de tan terrible prueba. ¡Le deseamos la mayor de las suertes y estaremos cubriendo el minuto a minuto de la ceremonia para ver si cumple y aprobamos su delicada misión!
1. No pecar de audaz con los chistes
Empezamos por el plato fuerte: los chistes. ¿Por qué? Porque de salir mal puede estropear toda la velada: los chistes. Más cerca o más lejos de los límites, los chistes suelen ser la clave de una buena entrega de los premios Oscar. Claro, se trata de un terreno traicionero porque el límite de lo "sensualmente atrevido" a lo "terriblemente inaceptable" es marcadamente tenue y más de un anfitrión quiso surcar (sin éxito) las aguas de lo políticamente incorrecto. En una ceremonia en la que se le habla a tanta gente diferente, bromear con algún tópico sensible puede ser una misión kamikaze. Y como una especie de Ícaro cínico hasta la médula, en 2013, Seth MacFarlane se prendió fuego cuando voló muy cerca del sol con aquel chiste en el que haciendo referencia a la actuación de Daniel Day Lewis en Lincoln, dijo: "Sin embargo, yo diría que el actor que se metió realmente en la cabeza de Lincoln fue John Wilkes Booth" y ante un tímido aplauso que hasta incluyó abucheos, Seth subió la apuesta diciendo: "Pasaron 150 años y todavía es muy pronto, ¿no?".
Así que nuestro mensaje para Chris Rock es: ¡por favor, cuidado con los chistes porque en 2005 hubo varios que fallaron...!
2. No malgastar la duración de la gala
Si bien este ítem no es necesariamente decisión del anfitrión, sí es indudable que él (o ella) es quien debe saber cómo maniobrar esos segmentos de monólogo que, a veces, se estiran más de la cuenta. La duración de los Oscar suele ser relativamente flexible, desde los quince minutos que duró la primera gala en 1929 hasta los 210 minutos de promedio que tiene en la actualidad (sin dejar de mencionar las cuatro horas y media que Whoopi Goldberg condujo en 2002). En este sentido, quizá el que debió aceptar el reto más duro fue el gran Jerry Lewis. En 1959, el director enfrentó un acalorado momento cuando la gala terminó antes de lo previsto y se vio en la necesidad de improvisar veinte minutos de monólogo, que culminaron con un número musical totalmente espontáneo. Claro, era Jerry Lewis y la cosa no salió tan mal, pero evidentemente la duración de la gala puede ser un conflicto para el anfitrión, que debe ir con un buen par de chistes improvisados en caso de necesitar hacer tiempo.
3. No formar parte de una dupla
Un buen anfitrión debe poder evitar la necesidad de un compañero. Si bien la primera edición contó con dos conductores (Douglas Fairbanks y William C. deMille), las duplas nunca fueron la clave del éxito en los Oscar. En 2010, la Academia quiso probar suerte con Steve Martin y Alec Baldwin y si bien ese experimento salió relativamente bien, al año siguiente la cosa cambió de color. Envalentonados con volver a esa fórmula, los encargados de la velada armaron una combinación imposible: Anne Hathaway y James Franco. Al borde del colapso una y otra vez, esa pareja tenía tan poca química, que realmente parecía que se habían conocido arriba del escenario. Para colmo, la errática presencia del actor era como un show unipersonal adentro de uno en dupla.
Muchos momentos de esa noche resultaron francamente inexplicables y los chistes irremediablemente morían ante un público que estuvo incómodo cerca de tres horas y con la sonrisa ausente. Si bien Hathaway y Franco tienen carisma para derrochar, en esa velada de Oscar, la dupla fracasó tan estrepitosamente, que probablemente jamás la Academia vuelva a recurrir a esta formulita.
Otra dupla fallida en los Oscar se dio en 1958 cuando el Pato Donald (¿?) fue uno de los anfitriones junto a Bob Hope y David Niven. Un experimento extraño, que tampoco dio el mejor de los resultados.
De yapa. Por cierto, el experimento de los Oscar con Franco y Hathaway tuvo su correlato en nuestro Martín Fierro, ya que en ese mismo año los anfitriones fueron Mike Amigorena y Natalia Oreiro, que demostraron aún más lo terrible que puede ser la falta de química en una dupla. La audaz decisión de juntar a estos actores también falló, principalmente porque Amigorena (al igual que Franco) parecía estar totalmente entregado a una comedia personal mientras que Oreiro se dedicaba a la ardua tarea de seguirle el ritmo.
4. No sumergirse en un musical si no es necesario
Un buen anfitrión del Oscar sabe que no puede tenerle miedo al ridículo. Es más, sabe que probablemente deba hacer papelones delante de los artistas más importantes de esa industria. Por este motivo, es que los conductores no pueden dudar y deben zambullirse con entusiasmo a lo que sea que los guionistas le propongan. En esas terribles pruebas solo los valientes triunfan mientras que los tibios se pierden en las crueles mareas de la vergüenza ajena. Lamentablemente, la lista de actos fallidos es infinita: desde la presentación en calzoncillos de Neil Patrick Harris el último año (un chiste sin gracia) hasta el propio David Letterman haciendo una muy zonza humorada sobre cómo los nombres Uma y Oprah eran medio tontos mientras los artistas veían cómo su dignidad se perdía a velocidad crucero. ¡A tener en cuenta: los anfitriones se convierten en equilibristas sin red, obligados a acumular o sortear un chiste fallido detrás de otro!
Y si de momentos fallidos hablamos o de escenas que francamente nos invitaron a reflexionar sobre el buen criterio de la gente encargada de los Oscar, imposible no poner en el primer puesto al musical de Rob Lowe y Blancanieves. Perpetrado en 1989, este show de quince minutos fue por lejos uno de los momentos más psicodélicos de los premios, que incluso se cobró una víctima fatal: la incipiente carrera como actriz de Eileen Bowman (que hizo de Blancanieves), que luego de esta presentación no volvió a Hollywood ni para hacer de extra.
En la vereda de enfrente y en el minúsculo grupo de anfitriones protagonistas de musicales logrados se encuentra Hugh Jackman, que en 2009 le puso garra de adamantium a la presentación de aquella ceremonia.
5. No ignorar la lección del maestro Billy Cystal
Luego del desastre Hathaway y Franco, los responsables del Oscar prefirieron ir a lo seguro y llamaron a su soldado más fiel: Billy Crystal, comediante que sin lugar a dudas es el anfitrión ideal. Responsable de haber conducido la gala en nueve oportunidades (aunque sin superar los 19 Oscar que hizo Bob Hope), Crystal es el presentador al que todos deberían mirar. Es dueño de un humor correcto pero preciso, con la gracia justa para criticar sin incomodar, siendo un artista que entiende la cancha en la que juega y que sabe transgredirla desde un lugar sutil, entendiendo incluso cómo jugar con el variadísimo público que tiene a su disposición.
Es obvio: la regla de oro de cualquier anfitrión debería ser "siempre mirarlo a él", así que el consejo para Rock, básicamente, es el de no hacer nada que no haría el gran Billy Crystal.
De yapa: no dejar que nadie reciba tu premio
En 1973, Marlon Brando se llevó el Oscar por su interpretación de Don Corleone en El Padrino. Brando, que por esos años había abrazado la causa de los nativos americanos, mandó en su lugar a Sacheen Littlefeather, una representante de ese pueblo. Al ganar el Oscar, ella subió y no sólo rechazó el premio en nombre del actor, sino que se despachó con un discurso sobre cómo Hollywood maltrataba y deformaba en las películas la imagen de los nativos americanos. ¿El remate del asunto? Sacheen pretendía ser actriz y quería sumar unos porotos con esta movida (pésima maniobra) y para colmo, se descubrió luego que ella era solamente mitad nativa. Eso sí, regaló varios minutos de incomodidad que serán recordados por siempre.